Siempre encontraremos alguien con quien discurrir, recordar, vivir.

Hay quienes buscan interlocutor y compañía en una mascota o un muñeco.

Chirolita venía doblado en dos o tres partes. Fue impresionante cuando el hombre abrió la negra valija y de ella extrajo con delicadeza el muñeco de exagerada cabeza, melena rubia y flequillo. Lo acomodó cuidadosamente en un sillón, como quien sienta un crío, le arregló el pantaloncito, encendió el cigarro y no dijo una palabra.

Felizmente muchas veces compartimos camarín con grandes figuras artísticas. En ese lugar donde uno se prepara para actuar, pareciera que hiciera amigos para siempre (esos misterios del espíritu que suelen ocurrir), porque nadie se olvida del compañero de ruta que tuvo al lado y, aunque pasen los años, cuando nos volvemos a ver, siempre nos acordamos con detalles del anterior encuentro.

Esa rara comunicabilidad de las emociones comunes. Sin embargo con Mister Chasman era diferente: un hombre muy serio (o triste), pero educado. Su clásico pucho en la boca, que no abandonaba ni para actuar y ese silencio suyo que no molestaba pero impresionaba.

Si conmovedor era ver sacar desde la maleta hacia la vida a Chirolita, más lo era cuando, luego de un diálogo sin par en el escenario, Chasman lo doblaba en dos o tres y lo guardaba en el negro receptáculo que cerraba como quien cierra una puerta al exterior o dice adiós a quien ama.

Imperturbable, ese hombre que nos había convencido a todos que en sus rodillas amigables tenía un niño encantador que profundamente amaba, nos sacudía del sueño y volvía a decirnos que Chirolita también era un muñeco.

Un día falleció Chasman. La fantasía de imaginar qué fue de la bella vida del muñeco que quedó solo, es inevitable en cualquiera que lo haya visto en escena. Y seguramente asalta una extraña melancolía al pensar que la muerte pueda arrastrar simultánea e inescrupulosamente dos vidas.

Chirolita, la marioneta de madera, no ha muerto como tal, como construcción material. Seguramente la familia de Chasman lo conserva en el lugar que se merece. ¿Alguien se animará alguna vez a charlar con él y devolverle algún soplo de energía? El hombre que le puso alma, nombre y magia ya no está, y en el territorio de las ausencias es muy difícil adentrarse sin permiso.

Cuentan las malas lenguas que el día que Chasman dijo adiós, desde una negra cajita de madera que estaba junto al lecho de quien era su padre, amigo, compinche, hermano, hijo, sacerdote, alter ego, confidente, compadre, aliado, voló una llamita multicolor que sólo alcanzó a ver un niño que jugaba en el patio; lentamente se elevó por sobre los pinos trágicos de la tarde triste y se introdujo en una especie de portal celeste que se abrió desde arriba. Uno piensa que una manita de felpa habrá golpeado allí, preguntando por su padre, amigo, compinche, hermano, por no haber perdido la esperanza de que los afectos venzan a la muerte.

Por el Dr. Raúl de la Torre
Abogado. escritor, compositor, intérprete