Es sabido el gran afecto que el Libertador sentía por Cuyo, afecto que nació no sólo porque los valerosos hombres de esta zona hicieron posible su monumental proyecto libertario, también todo el pueblo con su particular condición, junto con la pintoresca geografía andina, cautivaron su sensible espíritu, quedando prendado imperecederamente de nuestra tierra. Y este cariño fue mutuo, pues le cabe a los cuyanos, por ejemplo, el hecho de haber dejado como reflejo y legado de esa simpatía un inmenso repertorio folclórico -yo diría el más significativo- que consiguió acentuar el conocimiento de sus hazañas, manteniendo viva la memoria de su ideario.

La idea de quedarse a vivir los últimos años de su vida en el país luego de retirarse de la vida pública, estuvo en el ánimo de don José de San Martín. Esta intención está dicha en su profuso epistolario, apuntando también con humildad que concedería su lugar a “manos más seguras”, una vez concluida su empresa. La primera aseveración esta expuesta en una carta, enviada desde Bruselas, a su amigo Bernardo de O’ Higgins con fecha 20 de octubre de 1827, mientras cundía la guerra civil en las Provincias Unidas. En el escrito le dice con mucha pena: “Confinado en mi hacienda de Mendoza y sin más relación que con algunos de los vecinos que venían a visitarme, nada de esto bastó para tranquilizar la desconfiada administración de Buenos Aires (…), en fin, yo ví que era imposible vivir tranquilo en mi patria interín la exaltación de las pasiones no se calmasen y esta incertidumbre fue la que me decidió pasar a Europa…”. El Gran Capitán tenía planeado vivir como cualquier ciudadano común y corriente o como el mismo lo manifestó “retirarme a un rincón y vivir como un hombre…”. El lugar que había elegido para residir era Mendoza, su “ínsula cuyana”. En esta provincia poseía una chacra que le donó el gobierno mendocino, conocida como “Los Barriales”. San Martín se había encariñado con esta propiedad, pues en ella pasó momentos muy felices, aquí fue donde nació amparada por el cielo de los cóndores, su única hija Mercedes Tomasa, niña que fue bautizada por el mismo sacerdote que luego bendijo la Bandera de los Andes. También en algún momento concibió trabajar como labrador, pues era el oficio que más congeniaba con su carácter, junto al placer de catar buenos vinos cuyanos.

En cuanto a San Juan, el testimonio más convincente de su afición y agradecimiento a nuestro pueblo, además de la ofrenda de la Bandera de Talavera, es una esquela dirigida al Cabildo Local, en vísperas de embarcarse en Valparaíso al mando de la expedición que daría libertad al Perú. En la carta se despide de los cuyanos y hace ruegos por la felicidad de los sanjuaninos. El Libertador retribuye con creces la contribución de los sanjuaninos en la Campaña del Ejército de los Andes: “Yo me despido de los cuyanos con los sentimientos mas ingenuos, de afecto y de estimación, que siempre les he manifestado (…) Sin otro carácter que el de ciudadano manifiesto estos mis deseos a V.S. como el representante de la Ciudad de San Juan, para que se digne trasmitirlos a sus habitantes virtuosos, por cuya felicidad hago votos al Cielo…”.

Por el Prof. Edmundo Jorge Delgado
Magister en Historia