Desde 1995, la parte de la riqueza global que poseen los multimillonarios ha aumentado del 1% a más del 3%. Ese es uno de los datos que muchas personas han visto como una confirmación de que la percepción de que el sistema económico beneficia desproporcionadamente a una pequeña élite que ha dejado de ser un espejismo en los últimos años para dar paso a una realidad. Y con la constatación de que el número de ricos ha aumentado a un ritmo vertiginoso en las últimas décadas, al parecer se ha extendido entre los ciudadanos un disgusto amargo que despierta ansias de venganza.
Por eso, el escritor y periodista Andrea Rizzi cree que hemos entrado en “La era de la revancha”, tal y como se titula su último libro.
“Las élites se han movido bajo impulsos depredadores, con una avidez desaforada que es parte de los instintos humanos, como ya lo describió Dante y otros autores hace muchos siglos”, explica.
La globalización, que llegó llena de promesas, acabó desplazando empleos tradicionales y concentrando ganancias en sectores específicos, creando ganadores y perdedores muy visibles.
Resentimiento y revancha
Rizzi describe un escenario global en el que el resentimiento y la revancha son fuerzas motrices.
“Los ciudadanos que se sienten marginados por la globalización y que han perdido instituciones de mediación -como los partidos políticos o los sindicatos- se ven expuestos a corrientes tóxicas de fuerzas políticas que en realidad no defienden sus intereses y que están succionando hacia el abismo los valores democráticos y de derechos humanos”, apunta.
Y aunque esto sucede a nivel global, América Latina, con sus movimientos pendulares tan extremos, es el termómetro de una insatisfacción constante, cree el experto.
BBC Mundo habló con Andrea Rizzi en el marco del HAY Festival Querétaro, México.
Tu último libro se titula “La era de la revancha”. ¿Es la era de la revancha un tiempo de odio?
Sobre todo, es un tiempo de resentimientos que generan una voluntad de revancha y que en algunos casos puede tener vetas de odio.
Por un lado, hay un rencor generado por el dominio de Estados Unidos y sus aliados, que han configurado el orden mundial que conocemos y que en algunos casos ha generado abusos. Y, entonces, hay un resentimiento de países que desean una corrección de ese orden mundial establecido después de la Segunda Guerra Mundial.
Y, luego, creo que hay otro gran resentimiento, que es de las clases populares, de gran parte de las sociedades occidentales. Un rechazo a un sistema en el que ciertos segmentos de la sociedad han podido prosperar, surfear la ola de la globalización y de las nuevas tecnologías, mientras ellos quedaban, de alguna forma, olvidados.
En América Latina hay un profundo malestar que tiene que ver con la inseguridad, la desigualdad y con unos estados que no son todavía capaces de desplegar su función de forma plena, rotunda y eficaz en su territorio. En estas circunstancias, los estallidos están a la vuelta de la esquina, lo mismo que el ascenso de figuras populistas que se aprovechan de ese descontento.
La base de ese malestar de las clases populares
Después de la Segunda Guerra Mundial, se generó en Europa occidental, y en América Latina también por supuesto, una fuerte expectativa de progreso que hizo pensar que el camino en adelante podía tener baches, pero que era un camino que con toda probabilidad garantizaba mejoras a las generaciones futuras.
Estas expectativas se quebraron sobre todo a partir de 2008 y de nuevo tras la pandemia.
El segundo rasgo del malestar tiene que ver con la volatilidad y la precariedad de nuestro tiempo con la deslocalización de empleos, idas y venidas de flujos inversores o, por ejemplo en América Latina, las fluctuaciones de los precios de las materias primas.
¿Qué provoca todo esto?
Todos estos elementos de los que hablamos configuraron una bomba de resentimiento que produce tremendas turbulencias políticas y cuyo resultado es el apoyo a fuerzas de carácter populistas, extremistas, de un signo o de otro. Es una revuelta contra el sistema que toma forma en el apoyo a líderes, movimientos o formaciones políticas que se postulan como propuestas de impugnación del sistema. Otra derivada de ese malestar es un cierto mecanismo retrógrado en el ámbito cultural, que se suma y va de la mano al mecanismo de empuje de fuerzas populistas.
América Latina y un profundo malestar
En América Latina hay un profundo malestar que tiene que ver con la inseguridad, la desigualdad y con unos estados que no son todavía capaces de desplegar su función de forma plena, rotunda y eficaz en su territorio.
En estas circunstancias, los estallidos están a la vuelta de la esquina, lo mismo que el ascenso de figuras populistas que se aprovechan de ese descontento.
En América Latina cuesta encontrar partidos fuertes, y vamos cada vez más hacia el modelo de hiper liderazgos, de figuras casi mesiánicas. Y por muy carismáticas que sean, existe el riesgo de derivas autoritarias.
La seguridad se ha convertido en un tema central para muchos latinoamericanos que la valoran más que los derechos humanos. Muchos en América Latina ven a Nayib Bukele como un ejemplo de lo que hay que hacer y anhelan algo así en sus propios países. Lo mismo sucede en el plano económico con Javier Milei en Argentina, donde el ciudadano se cansó de que el Estado sea usado para provecho político en desmedro del bien común. Es otro reflejo del hartazgo social.
Los regímenes autoritarios que aborrecen ambos conceptos están ganando fuerza y desafían el sistema global para reconfigurarlo de forma más favorable a sus intereses.
Por Cristina J. Orgaz
BBC News Mundo
