En el extenso universo de las devociones iglesianas, resalta con creces el culto a Nuestra Señora del Carmen, veneración que ocupa el principal lugar en la histórica Capilla de Achango, es decir que es la “Santa Patrona” del lugar. En este ancestral templo cada 16 de julio culmina la tradicional fiesta religiosa, constituida en su totalidad por la novena, celebración de la santa misa, bautismos y la animada procesión final, realizada por los caminos de tierra adyacentes. Además, como toda festividad religiosa, suele incluir los componentes sociales, tales como la venta de productos típicos y el baile final. Esta festividad tiene para la gente del lugar un gran significado, pues esta advocación mariana logra aglutinar a toda la comunidad del departamento de Iglesia, no obstante de ser un sitio apartado. Observando esta fiesta objetivamente resalta el papel que cumplen las llamadas “rezadoras”, antiguo oficio criollo, quienes en buena parte dirigen y organizan la solemnidad. A este motivo -un tanto antropológico- hay que agregar el gran valor simbólico e histórico que posee la capilla, no en vano fue declarada “Monumento Histórico Nacional”. Observando con atención este templo, erigido sobre una loma, ingresamos imaginariamente a ese San Juan que desapareció en el terremoto de 1944. Es una muestra cabal de aquella antiquísima arquitectura de adobes con sus detalles edilicios foráneos, como esos muros que alcanzan un espesor de casi de un metro, o su techo de doble pendiente, esa especie de campanario que posee, o el particular piso. Todos estos rasgos o detalles edilicios únicos, además de introducirnos en el pasado lejano, permiten a los creyentes fortalecer su religiosidad.

Junto a estas consideraciones, tenemos que resaltar el valor alegórico de la imagen y el culto a la Virgen del Carmen. Históricamente su devoción se relaciona en Cuyo con los jesuitas y franciscanos y además el General José San Martín la proclamó mucho tiempo después “Patrona y Generala” del heroico Ejército de Los Andes. Otro aspecto de este valor simbólico, esta dado porque esta advocación mariana es considerada “patrona de las ánimas”, un rasgo muy característico para nuestra cultura, vinculado con la devoción a los difuntos.

Por último, otro retazo de historia lo representa la misma imagen, producto de la imagineria religiosa quiteña o cuzqueña. La efigie tiene rasgos únicos: su cabellera natural, su vestimenta o los rosarios y la imagen del Niño Jesús que sostiene en sus manos.