Hace 70 años fallecía en Buenos Aires, joven aún, el poeta, cantautor, Buenaventura Luna, esto fue el 29 de julio de 1955. Tanto se ha escrito sobre él que resulta difícil trazar un bosquejo artístico de su prolifera obra y de su protagonismo en varias actividades más. Pero sin duda alguna es una de las principales figuras, sin desmerecer a nadie, del cancionero sanjuanino e incluso argentino. Una variable que nos da una visión sobre su producción es la proporcionada por el folclore.

Se ha expresado atinadamente que el folclore registra aquellos “ecos simpáticos”, forjados por el pueblo, tal vez considerados despectivamente como sucesos o protagonistas secundarios o de “segunda fila”. Sin embargo estas fisonomías populares son los pilares donde se asientan nuestras tradiciones, término muy amplio y profundo, pero que en definitiva incluyen la sabiduría, los hábitos y todas las producciones tangibles e intangibles ideadas por el pueblo. En este sentido la producción artística de Buenaventura Luna es una de las más proliferas y acabadas en el amplio horizonte de las realizaciones folclóricas. Imbuirse de la obra de Dojorti, autentico arquitecto del genio poético-musical, significa una permanente alimentación o renovación de los principios fundamentales que cimientan la cultura criolla cuyana.

Desde sus inicios públicos como canta-autor, en aquellas célebres emisiones radiofónicas como “V Doble Zafarrancho Vocal”, o el “Fogón de los Arrieros”, con la Tropilla de Huachi Pampa, entre otras más, Buenaventura Luna marcó toda una época, inspirándose en el espíritu de nuestros hombres de campo. Varias de sus creaciones fueron producidas -típico de las genialidades- en cualquier parte, porque Dojorti prodigaba sus versos impulsivamente, a veces en bohemias noches de parranda, desparramado arte entre sus queridos amigos. Como autentico cuyano comprendió el ser de sus contemporáneos, al cual lo rastreó no sólo en sus propias vivencias y entorno social, sino también en antiguas crónicas históricas y en los relatos aportados por la tradición oral. De esta manera registró la auténtica dimensión de la figura del sanjuanino, de aquellos paisanos que constituyeron con sus quehaceres e idiosincrasia el legítimo ser del espíritu cuyano. Su poesía y cancionero se visten de todo el laberinto antropológico criollo, como lo son los paisajes y sus cosas -que tienen que ver con la respiración del mundo- con todas las formas culturales creadas por nuestros paisanos; esto es la tierra preñada de siembras con sus molinos harineros, las rancias y sagradas creencias, los particulares lazos de parentesco, los proverbios y dichos, las fiestas y guitarreadas. En la cúspide de sus creaciones pone al amor, como el principal amparo del hombre, y es aquí donde fluye la imagen de la mujer que alcanza un estado angelical y tierno, sublimándola con atributos que tienen que ver con el universo de lo etéreo. En todo este andamiaje poético-musical, va señalando y ornamentando las propiedades mágicas de la estampa criolla sanjuanina. Acaso una milenaria deidad indígena, de esas que deambulan en los cerros sanjuaninos, inspiró el genio de este singular hombre.

(Bibliografía: Gargiulo, Hebe, Yanzi, Elsa, Vera Alda. Buenaventura Luna, su vida y su canto. Bs. As. Imprenta del Congreso de la Nación, 1985. Fiorillo, Juan. Efemérides folclóricas Argentinas. Bs. As. 2008, Ed. Tiempo Folk.).