Cada 15 de agosto celebramos la solemnidad de la Asunción de la Virgen María al cielo. María siempre fue venerada por la Iglesia por tener un lugar importantísimo en la Historia de la Salvación: fue elegida como Madre del Salvador. Pablo VI en Marialis Cultus decía: “La piedad de la Iglesia hacia María es un elemento intrínseco del culto cristiano”.

Nos preguntamos en esta fiesta sobre el destino final de María: ¿Cómo terminó su vida aquí en la tierra? ¿Qué pasó después que Jesús subió al cielo? ¿Cómo fueron sus vínculos con los apóstoles? ¿habría conocido el sepulcro?

Tanto en los llamados evangelios sinópticos como en la tradición del evangelio de Juan, aparece la figura de María diseminada a lo largo de la narración en distintos episodios públicos de la vida de Jesús, pero nada cuentan acerca de su destino final. No sabemos lo que paso con Ella.

Hay dos tendencias dentro de los teólogos: unos sostienen que María habría participado de la muerte y que inmediatamente fue resucitada por Dios. Porque ella tenía que participar del destino universal de todos los hombres. Si Jesús siendo Hijo de Dios murió aun siendo Dios, María habría participado de este destino pero inmediatamente resucitada. Otros sostienen que María jamás conoció el sepulcro porque al ser elegida para ser Madre del Redentor tuvo un privilegio de gracia de su Hijo Jesucristo y fue preservada de la muerte.

¿Qué nos dice la tradición de la Iglesia?
Citamos algunos testigos importantes: San Epifanio es uno de los primeros Padres que nos dice: “la escritura ha conservado un absoluto silencio a causa del prodigio dado”. San Germán de Constantinopla: “es imposible que la morada de Dios haya sufrido la corrupción”. Y San Andrés de Creta: “el cuerpo de María no podía corromperse en el sepulcro porque no coincidiría con la maternidad divina, ni su santidad, ni su virginidad perpetua”.

La primera referencia oficial a la Asunción se halla en la liturgia oriental; en el siglo IV se celebraba la fiesta de El Recuerdo de María, que conmemoraba la entrada al Cielo de la Virgen María y donde se hacía referencia a su asunción. Esta fiesta en el siglo VI fue llamada la Dormitio (koimesis) o Dormición de María, donde se celebraba el fin de la vida terrena y la asunción de María al Cielo. En el siglo VII el nombre pasó de “Dormición” a “Asunción”.

En 1849 llegaron las primeras peticiones a la Santa Sede de parte de los obispos para que la Asunción se declarara como doctrina de fe; estas peticiones aumentaron conforme pasaron los años. Cuando el papa Pío XII consultó al episcopado en 1946 por medio de la carta Deiparae Virginis Mariae, la afirmación de que fuera declarada dogma fue casi unánime. El 1 de noviembre de 1950 se publicó la constitución apostólica Munificentissimus Deus en la cual el papa, basado en la tradición de la Iglesia católica, tomando en cuenta los testimonios de la liturgia, la creencia de los fieles guiados por sus pastores, los testimonios de los Padres y Doctores de la Iglesia y con el consenso de los obispos del mundo, declaraba como dogma de fe la Asunción de la Virgen María: “pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado que La Inmaculada Madre de Dios y siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrenal, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo”.

Celebrar una fiesta más de la Asunción es celebrar la esperanza final de nuestra vida que es ir al cielo y vivir resucitados en la nueva humanidad inaugurada por Jesús.

Por el Presbítero Fabricio Pons