Por Rubén Valle – DIARIO LOS ANDES
La frase del saliente ministro de Defensa Luis Petri, “ahora todos son sommeliers de aviones”, perfectamente se puede aplicar a cualquier argentino de Ushuaia a La Quiaca. No importa edad, condición social o tendencia política. Si bien el mendocino se refería a quienes cuestionaban la compra de los F-16, la metáfora es aplicable a cualquier materia. Esto, porque -ya lo sabe el mundo- todos somos expertos en fútbol, gastronomía, política, meteorología, minería, etcétera. Ningún tema nos es ajeno. De todo hablamos, todo lo sabemos. La ignorancia no está en nuestro ADN, vaya tupé.
Basta un vuelo rasante por las redes sociales -esa inmanejable caldera del diablo- para toparnos con lecciones -y teorías- de las más variadas temáticas. Siempre, claro, con ese tonito implícito de superioridad moral, de autopercepción de estar del lado correcto de la historia. Ser del bando de los buenos. Con la misma lógica de los algoritmos, todo es bueno o malo. Blanco o negro. Boca o River. Nunca un Lanús, por caso.
Sin embargo basta rascar apenas con la uña para detectar que nada es lo que parece. Son apenas fuegos de artificio; un toco y me voy para mostrarles a los suyos que se es parte de su respectiva manada. A los treinta segundos ni siquiera recordará qué subió o compartió. Ah, pero qué alivio es haber estado en el bando correcto.
Hasta se cantan a sí mismos “hay que impedir que juegues para el enemigo”, aunque ni siquiera conozcan la poética de Luis Alberto Spinetta. Aunque ese enemigo sea el zorro en su propio gallinero. No se trata solo de la simplificadora grieta que, al menos, es una posición muchas veces más clara, hasta conceptualmente más sólida.
Aunque no exista una patología que encuadre a los sabelotodos (categoría de la que no estamos exentos los periodistas), lo más cercano podría ser el efecto Dunning-Kruger, “un sesgo cognitivo por el cual los individuos con poca habilidad o conocimiento en un área determinada tienden a sobreestimar su propia competencia significativamente”. En términos simples: la falta de conocimiento impide que una persona reconozca su propia ignorancia. Debe su nombre a los psicólogos sociales David Dunning y Justin Kruger, de la Universidad de Cornell, quienes en un estudio de 1999 observaron que las personas que obtuvieron peores resultados en pruebas de humor, gramática y lógica eran aquellas que más sobreestimaban sus puntuaciones.
Quizás la verdadera pericia no esté en saberlo todo, sino en reconocer cuánto ignoramos. Al final, nadie pierde por guardar un rato el manual multiuso para escuchar un poco más y opinar bastante menos. ¿Será ese el aprendizaje que nos falta?
