“¿Qué vas a hacer cuando seas grande?”. Es una pregunta vinculada con el trabajo y sobre el aporte que haremos al mundo. De allí que también y fundamentalmente, sea un valor. Porque “la actividad laboral debe servir al verdadero bien de la humanidad, permitiendo al hombre como individuo y como miembro de la sociedad, cultivar y realizar integralmente su plena vocación” (Gaudium et Spes, 35).

Recordemos que el trabajo es toda actividad humana que realizamos para alcanzar un objetivo o satisfacer una necesidad, mediante la producción de bienes y servicios. Por algo, en los albores de la humanidad, el trabajo estaba ligado a la supervivencia. Nuestros antepasados recolectaban frutos, cazaban y construían sus refugios para asegurar su sustento y el de su grupo.

El camino del trabajo

El trabajo no es un castigo, sino un don con el que la persona se autoperfecciona. Si bien el trabajo sirve para producir, no debe reducirse al logro de resultados. Es mucho más que eso. Es una dimensión del ser humano como persona. Sólo la persona humana es sujeto del trabajo y su trabajo le permite realizarse como persona consciente y libre (Brardinelli- Galán. Manual de Doctrina Social de la Iglesia, ed. Guadalupe, 2006, pág.223).

Con el trabajo, el hombre no sólo garantiza su sustento, sino que se realiza a sí mismo como hombre. Como nos recuerda San Juan Pablo II, “en cierto sentido se hace más hombre” (Laborem exercens, 9).

Los obstáculos al trabajo

Lo opuesto al trabajo no es el ocio, sino la pereza. Vicio que se define como la tristeza o desgana frente al esfuerzo que supone el ejercicio del bien. Se caracteriza por el tedio o descuido en las cosas que estamos obligados. Una de las consecuencias es la tendencia a rehuir de las responsabilidades y deberes de trabajo.

Junto a la pereza, encontramos a la desmotivación como obstáculo al trabajo. Es un estado interno caracterizado por la falta de razones para orientar nuestro comportamiento, ocasionando pérdida de entusiasmo y energía. El trabajo, en ese caso, deja de ser un don y una vocación para convertirse en una carga.

Resultados y rosas

El trabajo requiere motivación, constancia y esfuerzo. Pocas cosas se consiguen con sólo desearlas. Como dice el hermoso poema de Edgar Guest (1881-1959): “El hombre que desea un jardín bello, sea de pequeño o gran tamaño//debe trabajar y arremangarse. No importa qué metas persigamos//el simple secreto aquí radica://excava semana tras semana//y obtendrás los resultados y las rosas”.

Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo