Especial para Diario de Cuyo – Por Pb. Dr. José Juan García

En una entrevista para la RAI (Radio Televisión Italiana) le preguntaron al papa Francisco cuáles eran los Santos de su preferencia. Enumeraba así: San Pablo -organizador del cristianismo-; San Juan Bautista -mártir inocente por la verdad-; San Agustín -doctor de la Gracia; San Ignacio de Loyola – fundador de la Compañía de Jesús y autor de los Ejercicios Espirituales-; José Brochero -un celo apostólico por los humildes-; San Francisco -místico de Dios y la casa Común- y algunos más de una larga lista ¿Qué tienen en común? La pasión por Jesucristo, El olvido de sí, la inmensidad del amor, El cuidado del más pobre, la admiración por El mundo creado.

Péguy decía que a pesar de los pecados existentes en El mundo y en la Iglesia, hemos de confiar en la buena semilla: ‘los Santos siempre volverán a florecer’’. Incluso hoy, incluso mañana, incluso con la llegada de la inteligencia artificial y la tecnología que asusta, la santidad de muchos son la flor perfumada de la humanidad.

El Día de Todos los Santos

Hoy celebramos en un solo Día a Todos los Santos de la historia del Cristianismo. Reflejo de la ternura de la Comunión trinitaria, victoria de la Gracia presente en El mundo, a pesar de la cizaña que aún permanece. La santidad no es en primer término sacrificio, penitencia o perfección. Ante todo, es Gracia, regalo de un Dios Amor y Padre que vuelca sus dones hacia nosotros. Dios no es avaro a la hora de repartir sus carismas.

* La santidad es relación. El fragmento se refleja en El Todo y se siente atraído y abrazado por El Todo. La gota busca El torrente sin El cual siente que se evaporará. Dios abre su corazón y en él Todos cabemos.
* Dios es amor. El santo ama. ¿A quién? A Todos. ¿Incluso a los desagradables? También a ellos. Y además, algunos son malos. Hay que ayudarlos a ser menos malos. Él, tu Dios, los ama. Y te pide que hagas lo mismo. ¿Nos susurramos la verdad unos a otros en este Día dedicado a ellos, a los Santos? Juzgar es más fácil que amar. Te pone en un pedestal -como El fariseo de la parábola- y te hace mirar por encima del hombro a aquellos a quienes Dios quiso mirar a los ojos.

Seleccionar, encasillar, etiquetar, discutir, condenar: todo esto nos exime del esfuerzo de amar. Cuidado con las barreras. Quienes aman han vencido El miedo -todo miedo- porque confían. El valor de los Santos tiene su raíz aquí. Confían más en Dios que en las propias fuerzas.

Durante doce siglos, la Iglesia y El mundo prescindieron de Francisco de Asís. Hasta que llegó este joven, original, un tanto excéntrico, un tanto peculiar, incomprendido por los religiosos de la época. Se enamoró. ¿de quién? ¿Del leproso? ¿Del bosque? ¿Del canto de los pájaros? No, se enamoró de Cristo. Lo deseaba, lo buscaba, quería jugar con él, estar con él. Solo un pensamiento lo atormentaba: ofenderlo, incluso sin querer. Y recorrió los antiguos caminos ya trazados por la Iglesia y descubrió otros. Juan Pablo II decía que quería ‘Santos de jeans y zapatillas‘: o sea, Santos jóvenes de vida cotidiana llenos de utopías realizables, perseverantes en El servicio y la caridad, capaces de tocar la carne sufriente del hermano caído.

Como Francisco, como Carlo Acutis, como Teresa de Calcuta, los Santos siempre volverán a florecer. Incluso hoy. Incluso entre nosotros también pueden florecer y hacer de este mundo un jardín de mil flores y mil fragancias.