Este domingo leemos en comunidad el evangelio de San Juan, 10, 27-30: “En aquel tiempo, dijo Jesús:
“Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano.
Lo que mi Padre me ha dado es más que todas las cosas, y nadie puede arrebatar nada de la mano de mi Padre.
Yo y el Padre somos uno”.
Siempre se ha considerado éste el domingo del Buen Pastor a causa del evangelio del día que habla de las ovejas, retomando el comienzo de Jn 10,1-10. El texto del Apocalipsis que se ha leído como segunda lectura también apunta a este simbolismo. Está situado en el marco de la fiesta de la dedicación del Templo de Jerusalén y lo acosan a preguntas sobre si es verdaderamente el Mesías. Jesús, aparentemente, no quiere contestar a esa pregunta intencionada, pero en realidad no desvía la cuestión, sino que les habla con un lenguaje más vivo, más radical y en consonancia con una forma de entender el mesianismo en clave distinta de los judíos.
Jesús no viene para ser un personaje nacionalista, sino aquél que sabe bien la necesidad que tienen los hombres de vida verdadera; de una forma nueva de comprender a Dios, y por ello va a dar la vida propia. Los judíos nunca esperaron un Mesías que sufriera y que fuera, por tanto, capaz de dar la vida como Jesús. El evangelio de Juan, pues, pretende desmontar una concepción equivocada de mesianismo y nos descubre la opción radical tomada por Jesús. El verdadero Mesías es el que sabe dar “la vida por las ovejas”, es decir, por el pueblo.
Esta polémica, pues, de Jesús con los judíos, revela el sentido ejemplar, global, del buen pastor, símbolo de la gracia y del juicio que se opera en el seno de su pueblo. La altura desde la que Juan nos presenta a Jesús, “uno con el Padre”, es una provocación teológica, sin duda; pero es una realidad incuestionable. Decir que “el Padre y yo somos uno” es alta cristología, que manifiesta la Unidad Divina. Y es Jesús quien nos reveló la intimidad verdadera de Dios.
Este 4to domingo de Pascua estamos invitados a rezar por las Vocaciones Sacerdotales y Religiosas. Valoremos y recemos por nuestros Obispos y Sacerdotes. En ellos carga, junto a religiosas y laicos, la gran tarea pastoral de la Iglesia.
Otro tema: demos gracias a Dios por el nuevo Pastor Supremo, León XIV. Lo esperábamos después de la emocionante despedida a Francisco. Recemos por este nuevo pontificado que inicia. Es el Buen Pastor con “olor a ovejas” de Chiclayo, a quienes saludó con cariño en su primer saludo el día de la elección. Un hijo de San Agustín -pastor de Hipona en el siglo IV y lumbrera para todos los tiempos- que muestra sensibilidad y humildad. Ha expresado que desea con fervor un mundo “en paz”. Y sabemos que la paz es fruto de la justicia. Y aún más, siguiendo a Juan Pablo II, sabemos también que la solidaridad con el vulnerable es el nuevo nombre de la paz.
Pbro. Dr José Juan García

