Por Carlos Salvador La Rosa – Sociólogo y periodista
Desde sus orígenes el peronismo adoptó una organización interna muy parecida a la de la iglesia católica. Siempre se consideró un movimiento, vale decir una estructura política más amplia que la de un partido liberal. Pero esa es la manera solapada de ocultar su institucionalidad más religiosa que secular, más corporativa que republicana.
El Papa es el líder supremo y la cabeza de la Iglesia Católica. Es elegido por el Colegio Cardenalicio. Los cardenales son un grupo de obispos y sacerdotes que asisten al Papa en el gobierno de la Iglesia y participan en su elección, mientras que los obispos lideran las diócesis (Iglesias particulares), que son divisiones geográficas de la Iglesia. Cualquier parecido con el peronismo no es casual.
El peronismo, luego de la muerte de Perón, eligió continuar ese modo de organización que constituyó el fundador del movimiento en vez de devenir un partido político republicano. Javier Milei, que recién empieza, está intentando construir una forma institucional parecida. Él se cree el portador de las llaves del reino de los cielos y es considerado un Papa por sus seguidores más fieles, mientras que su hermana Karina (una especie de Evita en el imaginario de Javier, pero aún sin la popularidad de su supuesta antecesora) le está armando el Partido Único (o sea la estructura eclesiástica) que reconoce como único antecedente histórico el que gestaron Perón y Evita en 1946.
El momento es propicio para Milei porque el peronismo está sufriendo un gran juicio por parte de la mayoría de la sociedad, incluso por muchos que antes lo apoyaron.
El juicio al peronismo no se lo está haciendo el gobierno sino una conjunción de fuerzas: la historia, la justicia, gran parte de la sociedad, sus sucesivos fracasos en mejorar la vida de los argentinos (mejora que fue la principal causa de que se grabara a fuego en la memoria colectiva la primera década peronista y se la continuara recordando de generación en generación, en particular, por el milagro de la multiplicación de los panes).
No obstante, hoy ha aparecido un hecho histórico nuevo: el surgimiento de un político que tiene las mismas pretensiones de ser Papa y de convertir a su incipiente organización en una Iglesia, de un modo muy parecido al peronismo, pero desde el no peronismo, aunque le esté pidiendo ayudas a varios cardenales y obispos peronistas que están abandonando su vieja iglesia en crisis para pasarse a la nueva iglesia en expansión.
El anhelo de Milei de ser el primer Papa no peronista, se da junto a otra novedad histórica, la de que esta vez el peronismo, que había encontrado la solución al problema de la sucesión (una de las cosas más difíciles de solucionar en todos los partidos políticos del mundo) copiando los métodos de la iglesia católica, se ha quedado detenido ante la imposibilidad de reemplazar a la Papisa Cristina, lo cual debió haber finalizado su papado en 2015, cuando el peronismo K perdió ante el liberalismo de Macri.
Pero ella logró sobrevivir de modo absolutamente antinatural gestando incluso (exactamente como hoy lo estamos viendo en la nueva y extraordinaria versión de la película Frankenstein) el más horrible e innecesario, históricamente hablando, gobierno de toda la democracia (actuando ella de doctor Víctor Frankenstein y Alberto Fernández del monstruo descerebrado creado por ella). No obstante, ya devenida políticamente en una muerta viva después del triunfo de Milei, aun así, está impidiendo que el peronismo se separe de la vieja Papisa y la reemplace por otro líder u otra institucionalidad, lo cual habla mucho más de la debilidad del peronismo que de la fortaleza de ella, que lo más seguro es que permanezca en confortable, pero prisión al fin, durante el resto de sus días.
Por lo tanto, al no poder el peronismo liberarse de la que hoy por hoy no es más que su sepulturera, con sus innumerables juicios por corrupción Cristina está logrando que se juzgue al peronismo entero. Lo está arrastrando en su desgracia.
En realidad, el juicio al peronismo debería ser para castigar los delitos de sus jefes corruptos en lo que hace a la justicia, y en lo que se refiere al tema político, lograr que desaparezca su organización eclesiástica, monárquica y populista para devenir de una vez y para siempre en un partido republicano.
Por ende, frente a este juicio que de hecho (y en lo judicial de derecho) la sociedad le está haciendo al peronismo de los muertos vivos, que está en ese estado casi cataléptico sólo por no animarse a confrontar con la Papisa decadente, la expresión política creada por Perón deberá elegir qué hacer con su futuro.
De lo que se trata no es de cambiar de Papa sino de republicanizar al peronismo, algo, que seamos francos, el liberalismo actual tampoco ha logrado todavía para sí mismo. Las dos grandes concepciones políticas que gestaron el país que hoy tenemos fueron la liberal (desde el fin de Rosas hasta 1916) y la peronista (desde 1945 hasta ???) mientras que la radical fue apenas un interregno entre esas dos concepciones y no mucho más, porque al intentar sobrevivir entre ambas tratando de mediar, la terminaron aplastando, lo que es meridianamente palpable hoy cuando parecemos estar viviendo el combate entre dos iglesias, donde la idea republicana pasa a ser apenas una formalidad sin demasiado contenido en relación a las prácticas políticas reales.
Al no poder el peronismo liberarse de la que hoy por hoy no es más que su sepulturera, con sus innumerables juicios por corrupción Cristina está logrando que se juzgue al peronismo entero. Lo está arrastrando en su desgracia.
Quizá hoy la misión más profunda de la Argentina políticamente liberal, institucionalmente republicana y de origen democrático sea la de combatir contra las tendencias monárquicas y populistas de las dos concepciones ideológicas predominantes nuevamente en el país: la peronista y la liberal. Para eso hay que disminuirle al peronismo todos los rasgos sustantivos de populismo que han hegemonizado casi toda su trayectoria histórica pero también todos los dejos de autoritarismo que desde los años 30 del siglo XX hegemonizaron en el liberalismo (el cual apoyó todos los golpes de Estado) hasta la aparición de Macri que es quien fue el primero en democracia que lo re-republicanizó (Menem lo adoptó como ideología pero lo convirtió del autoritarismo que tuvo desde los 30 hasta los 80, en populista). El liberalismo democrático y republicano lo construyó Macri, no Menem, pero hoy de Milei depende que decida continuar lo que inició Macri o convertirlo, si decide seguir más la lógica menemista que la macrista, en una versión del peronismo disfrazada de liberalismo.
En síntesis, sólo podremos republicanizar definitivamente al país si el peronismo deja de ser una iglesia populista, y el mileismo no se tienta con la seducción de hacer peronismo desde el no peronismo, frente a la decadencia (que nadie sabe aún si es transitoria o permanente) de su principal rival.
