“Ay, Verdad, ¿dónde te has escondido?”, fue el triste lamento del mozo burlado en su buena fe por Falsía, según un cuento tradicional griego. Verdad y Falsía viajaron juntos por un breve tiempo, conforme al relato griego. Pero Verdad empezó a sentir los reclamos de su conciencia al ver las maniobras desleales y las mentiras de Falsía. Fue cuando decidió separarse definitivamente de su compañero de viaje en estos términos: “- Prefiero morirme de hambre a vivir como tú…”

> Alcance de la veracidad

Hasta aquí el cuento griego. Sin embargo, no ha de creerse que esta es una experiencia lejana a nuestras historias personales. De alguna manera, todos alguna vez experimentamos esta tentación de callar u ocultar la verdad. Muchos pueden ser los motivos: temor a la burla, al desprestigio, perder amistades o personas que queremos. Y es cierto, cuando nos aferramos a ella, el tributo que pagamos suele ser alto. Sin embargo, siempre han existido y existirán personas dispuestas a sostenerla contra viento y marea. Es que la verdad (adecuación de la inteligencia con el ser de la cosa), supone un encuentro entre la inteligencia humana y la realidad tal como es. No es en los hombres, sino en las cosas mismas, donde es preciso buscar la verdad. “La verdad es lo que es, y sigue siendo verdad, aunque se piense al revés”, solía decir el poeta español Antonio Machado (1875-1939). De allí que una vez descubierta la verdad nos resulte tan difícil callarla o negarla. Por eso podemos entender que cuando la conciencia reconoce la verdad como valor, la voluntad nos lleva a adherirnos. Lo difícil a veces no es encontrarla, sino una vez hallada, lo realmente difícil es negarla. Por eso, bien podemos decir que la mentira es rehusar la verdad debida. La gran diferencia entre ambas es que la verdad existe, mientras que la mentira se inventa.

> Exigencias morales de la verdad

La verdad suscita en nosotros una tendencia al obrar virtuoso. Sólo el espíritu libre y probo ama la verdad. Reclama exigencias de escucha, sinceridad, testimonio, diálogo y tolerancia. Va de la mano con la veracidad, pues supone el cumplimiento ético de decir siempre la verdad que hemos encontrado. Como virtud moral, la veracidad implica una disposición de nuestra libertad a la verdad. Pero además es una virtud social, porque siendo fieles a la verdad nos abrimos a los demás, cualificando las relaciones humanas.

Se entiende bien porqué los protagonistas del cuento griego, Verdad y Falsía, no puedan caminar juntas por el mismo sendero. La falsedad supone deshonestidad, no se respeta a sí misma ni a los demás. Como disposición a vivir en la oscuridad, busca la sombra y el ocultamiento. Lejos está de la virtud y de la donación al otro.

Más allá de la leyenda narrada, lo cierto es que diariamente vivimos situaciones difíciles que demandan esta apertura a la verdad. Es de necios pretender vivir por siempre a sus espaldas. La verdad está ahí esperando ser descubierta por nuestra razón. Lo demás viene solo, es cuestión de dejar librado a sus impulsos naturales a nuestra voluntad que siempre buscará adherirse a ella. Bien decía el novelista español Lope de Vega (1562-1635): “La verdad de ninguna cosa tiene vergüenza sino de estar escondida”.

Por Miryan Andújar
Abogada, docente e investigadora
Instituto de Bioética de la UCCuyo