En artículos anteriores dijimos que la educación afectivo-sexual forma parte de la educación para el amor. Por eso, es necesario enseñar a amar, para aprender a amar. Todos deseamos amar y ser amados, porque hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, que “es Amor” (1 Jn 4,8). Sólo en el amor el ser humano se realiza plenamente. No es posible ser pleno o feliz sin amor. El gozo y la alegría más grande que los seres humanos podemos tener en esta vida es amar y ser amados. Una vida sin amor no puede desarrollarse sanamente. El amor es fuente de alegría y de vida. Para decirlo con una expresión que se atribuye a Víctor Frankl: “El sentido de la vida es el amor y sin amor la vida no tiene sentido” (“El hombre en busca de sentido”).

La familia es el lugar privilegiado para aprender el amor. El niño, desde que nace, necesita sentirse amado, valorado, para poder crecer feliz, seguro y poder amar. El sentirse amado genera seguridad y autoestima. Quien se sabe amado y aceptado como es, puede afrontar los problemas y dificultades con seguridad.

El amor humano es necesariamente afectivo. Su forma más natural y espontánea de manifestarse se da por medio de expresiones de afecto. La familia es el “nido de amor” natural, necesario e imprescindible para que el ser humano, “creado para ser amor”, pueda recibir y ofrecer amor durante la infancia, la niñez, la adolescencia y la juventud hasta llegar a la madurez. Una atmósfera saturada de amor debe involucrar toda la vida familiar, de tal manera que el “oxígeno” del amor sea respirado por todos los miembros de la familia.

“La familia es el lugar privilegiado para aprender el amor. El niño, desde que nace, necesita sentirse amado, valorado, para poder crecer feliz, seguro y poder amar.”

En la familia, donde conviven personas de distintas edades y roles, se hace posible el amor incondicional. El amor en la familia es “gratuito”, es decir, no se debe a ningún tipo de cualidad o talento propio. Los miembros de la familia se aman sin importar si son o no inteligentes, habilidosos o lindos. Así, el amor de la madre sigue queriendo a los hijos, aunque hayan caído en todo tipo de vicios, e incluso los quieren más cuantos más problemas tienen.

De ahí la necesidad de convertir a la familia, como lo postulaba Juan Pablo II, “en la primera y más importante escuela de amor”, lugar donde se cultive y aprenda el respeto, la valoración, la lealtad, la responsabilidad, la colaboración, el servicio, el amor. La familia tiene que convertirse en lugar de aprecio, comprensión y ayuda, donde se cultivan palabras y relaciones positivas, donde se combate y evita todo irrespeto, todo maltrato, todo abuso, toda actitud machista y egoísta, en definitiva, todo aquello que puede causar dolor o malestar a los demás.

En nuestro tiempo, la mayor destrucción que se está llevando a cabo en el mundo no es la ecológica, o las guerras, sino la de la familia. Por eso, debemos fortalecer la familia y preservar sus valores esenciales. Cuando la familia entra en decadencia, es solo cuestión de tiempo que la sociedad se deshumanice y desintegre.

Por Ricardo Sánchez Recio
Orientador Familiar. Profesor de Química. Lic. en Bioquímica.