Hace unos días tuve un respiro de toda la oscuridad y perdición terrenales de nuestro tiempo, cuando la vergüenza reapareció por fin como un foco dorado en el escenario mundial. Andy Byron, director ejecutivo de Astronomer, una empresa de infraestructura de datos poco conocida hasta ese entonces, renunció a su trabajo. No es que me complazca que alguien se vea obligado a dimitir, pero había algo refrescante en saber que alguien, en algún lugar, asumía la responsabilidad de sus actos, aunque probablemente no tuviera elección.
Para quienes no suelen inmiscuirse en asuntos ajenos, la “cámara de besos” en un concierto de Coldplay la semana pasada captó a Byron abrazando felizmente por detrás a Kristin Cabot, la jefa de recursos humanos de la empresa. Byron está casado, pero no con Cabot. No es que esto sea de nuestra incumbencia: son adultos que consintieron sus acciones y la sabiduría común del mundo en el que crecí era que este tipo de cosas deberían quedar entre las personas relacionadas y sus familias.
A menos, bueno, que sea un poco asunto nuestro, o ciertamente de Astronomer, ya que se supone que los directores ejecutivos y los jefes de recursos humanos no deben mantener relaciones románticas clandestinas según las reglas del juego y, al parecer, de su propia empresa.
Pensaba que el lodo tóxico de la desfachatez -ese hijo predilecto de Donald Trump e internet- había aniquilado la anticuada noción de la humillación, pero me equivoqué.
El regreso de la vergüenza
Nunca pensé que me alegraría de ver que la vergüenza como concepto, al menos, regresaría de entre los muertos. Pero en la era Trump, genera un inusual alivio ver cómo dos conciudadanos se dan cuenta de que han hecho algo imprudente e inapropiado, y no fingen que no tenían nada que ocultar. En lugar de eso, hicieron todo lo posible por desaparecer. (Al fin y al cabo, Cabot se tapó la cara con las manos).
Espero que se conviertan en una especie de héroes populares en esta época de absoluto descaro, en la que la Cámara de Representantes y el Senado votan a favor de cosas que la mayoría de los estadounidenses saben que están mal, como recortar la financiación de Medicaid y de los programas de asistencia alimentaria. Evidentemente, a estos líderes no les importa. ¿Por qué? ¿Porque le tienen miedo al presidente, o simplemente porque no quieren renunciar a su minúsculo trozo de poder? (Aunque cabe preguntar, ¿cuán poderosa es una persona que sigue desvergonzadamente a Trump?).
*Es autora del nuevo libro de relatos Fools for Love
Por Helen Schulman*
The New York Times

