Por Lic. Alejandra Villagra Berrocá – Escritora

A medida que el calendario avanza hacia sus últimos días, el cierre del 2025 vuelve a plantear una pregunta recurrente: ¿cómo hemos vivido este año que está terminando?

Ha sido un año con varias aristas para muchas personas, pero para todos estuvo marcado por un contexto cada vez más tecnológico, al punto de que esta dimensión prácticamente forma parte de nuestras familias. Y qué decir de la creciente influencia de la inteligencia artificial, que ya trae consigo notorios cambios en lo que se viene. Por lo mismo, resulta necesario para nuestra salud mental detenernos, respirar y realizar un análisis de lo vivido, con sus luces y sombras.

Los especialistas en neurociencia coinciden en que el cerebro humano necesita pausas para integrar experiencias, consolidar aprendizajes y reorganizar prioridades. Sin esos espacios, el año transcurre como una secuencia de estímulos inconexos, vividos más desde la urgencia que desde la conciencia. El balance anual no es solo un ejercicio “necesario”, sino una herramienta para recuperar perspectiva en tiempos de hiperestimulación permanente.

El 2025 se caracterizó por una presencia cada vez más evidente de la inteligencia artificial en ámbitos laborales, educativos y domésticos. Lo que hasta hace pocos años parecía un escenario futurista hoy forma parte del día a día de millones de personas. Asistentes automatizados capaces de generar contenidos en segundos y herramientas que organizan rutinas personales de ejercicio y alimentación eran, hasta hace poco, impensables. Sin embargo, la velocidad de esta expansión sorprendió incluso a sectores que anticipaban cambios significativos.

Esta integración acelerada plantea un desafío de fondo: mientras las tecnologías evolucionan a un ritmo vertiginoso, el cerebro humano mantiene procesos evolutivos mucho más lentos. La brecha entre ambos ritmos se traduce en lo que algunos investigadores describen como “fatiga cognitiva moderna”, una sobrecarga mental derivada de la necesidad de adaptarse constantemente a nuevos sistemas, plataformas y formas de interacción. Hacer un balance del año que termina implica también preguntarse cómo estamos respondiendo a estas exigencias.

En el ámbito laboral, el 2025 marcó un quiebre. Muchas organizaciones aceleraron la automatización de tareas repetitivas, abriendo espacio para trabajos centrados en habilidades humanas como la toma de decisiones, la creatividad y el pensamiento crítico. Sin embargo, el proceso no estuvo exento de tensiones. La incorporación de IA generativa en entornos profesionales provocó debates sobre el rol humano en la producción de contenidos, el riesgo de dependencia tecnológica y la necesidad de nuevas regulaciones. Los expertos advierten que el desafío para el 2026 será consolidar un modelo de convivencia saludable entre tecnología y trabajadores, evitando que la primera se convierta en un factor de desplazamiento o ansiedad.

En la educación, el impacto fue igualmente significativo. Estudiantes y docentes debieron adaptarse a herramientas que facilitan la búsqueda, creación y evaluación de información. La pregunta ya no es si la IA debe usarse, sino cómo hacerlo de manera ética, transparente y pedagógicamente adecuada. Instituciones educativas de distintos países comienzan a diseñar normativas que regulan su uso y promueven competencias digitales que permitan aprovechar estas tecnologías sin perder autonomía intelectual. En Argentina, ¿estamos preparados para este cambio que está a la vuelta de la esquina?

Frente a esta realidad, la neurociencia plantea una advertencia clara: la atención —ese recurso mental indispensable para aprender, razonar y relacionarnos— se ha vuelto un bien escaso. La saturación informativa y el constante flujo de estímulos dificultan sostener procesos cognitivos profundos. Por eso, uno de los grandes desafíos del 2026 será reeducar los hábitos de concentración en un contexto donde las distracciones ya no provienen solo del entorno, sino también de herramientas diseñadas para captar y retener nuestro tiempo mental.

Hacer un balance del 2025 implica reconocer avances y tensiones. El año estuvo marcado por la adaptación, la reorganización y la redefinición de prácticas en múltiples áreas. También dejó aprendizajes sociales importantes: la necesidad de formar ciudadanos digitalmente competentes, la importancia de establecer límites saludables en el uso de la tecnología y el valor de las relaciones personales y la familia en la dimensión emocional de cada individuo, sin importar la edad.

Pero más allá de los cambios estructurales, este cierre de año vuelve a plantear una reflexión esencial: entender que, en medio de la velocidad, la pausa sigue siendo un recurso irremplazable. Mirar hacia lo vivido permite identificar qué se logró, qué quedó pendiente y qué caminos se abren. Es, en términos prácticos, una estrategia de autocuidado y, en términos sociales, una oportunidad para orientar decisiones colectivas.

El 2026 llega con nuevos desafíos, pero cerrar el 2025 con un balance no significa quedarse anclado en lo que ocurrió, sino construir un punto de partida. Porque en un mundo que avanza rápido, detenerse a pensar ya no es un lujo: es una necesidad.