El 23 de julio ha sido establecido como el “Día del Payador”, una recordación joven, cuyo origen data del año 1992. La fecha fue seleccionada en virtud de una histórica payada que tuvo lugar en Montevideo, en 1884. Ese día un virtuoso payador argentino -de origen africano- llamado Gabino Ezeiza enfrentó en un famoso “duelo cantado” al uruguayo Juan de Nava. Los contrincantes eran afamados y conocidos payadores de ambas márgenes del Río de la Plata. Uno y otro llevaron esta tradición a su punto más alto, venciendo en aquella ocasión nuestro compatriota, de ahí que la payada que protagonizaron quedó gravada en la mente colectiva, dando lugar a esta efeméride. Cabe decir que esta antigua costumbre, posiblemente derivada de los trovadores de la Edad Media, se arraigó profundamente en América Latina, particularmente en nuestro país, Uruguay, Chile y Brasil. Las payadas tuvieron gran importancia en nuestro pasado, no sólo por lo que representan como un rasgo peculiar del folclore, sino por qué a través de ellas se conocieron hechos vinculados con la guerra por la independencia o al mundo de la política. Estos cantores de virtud innata andaban de pago en pago, de estancia en estancia, en las postas o pulperías, trasmitiendo a través de sus cantos hechos significativos de la historia, como fueron las victorias del General José de San Martín o de Manuel Belgrano o el asesinato de Facundo Quiroga en Barranca-Yaco. Igualmente las payadas tenían como temática cuestiones filosóficas o de reflexión, como el sentido de vida, la muerte y otros temas trascendentes. También la payada expresaba un sensible espíritu poético, además de una natural rapidez mental y un vocabulario específico. En los últimos años del siglo XIX, el tema de las payadas tomó un matiz institucional, esto fue cuando se produjeron aquellas históricas rencillas políticas, generadas por el surgimiento del Partido Autonomista Nacional y la célebre Unión Cívica. En este mundo los payadores fueron los pregoneros de las candidaturas políticas, haciendo de “anunciadores electorales”. Es así que las payadas constaban de una suerte de código, tal como desafiarse públicamente a través de cartas enviadas a los diarios -en este caso el contrincante tenía que contestar el reto de la misma manera-. Igualmente fue una costumbre firmar un contrato por los representantes de los retadores, en el cual se establecía el lugar del encuentro. Usualmente se llevaban a cabo en lugares públicos, como teatros o circos, existiendo un jurado especial que aseguraba la limpieza del encuentro. Los retos podían durar horas o hasta días, y concluían cuando uno de los cantores no respondía rápidamente a la pregunta de su adversario.

Por el Prof. Edmundo Jorge Delgado
Magister en Historia