Por Carlos Salvador La Rosa – Sociólogo y periodista
En el acto de cierre de su campaña electoral, el 23 de octubre pasado en Rosario, Javier Milei calificó como ‘destituyente‘ al Congreso Nacional. Pero no es que haya llamado así a los kirchneristas que no le votaron ni una ley, sino también a todos los que, desde otros partidos, le votaron todas las leyes. Sus increíbles palabras, fueron: “Si bien durante el primer año pudimos sacar leyes importantes y hacer las reformas estructurales más grandes, nos aprobaban todo porque creían que iba a salir mal…. cuando arrancó este año y la economía venía a todo vapor, se encendió la máquina de impedir”.
Según el presidente hasta los que le votaron a favor las leyes lo hicieron porque quería que fracasara, algo inentendible a primera vista, pero que refleja su más profundo pensamiento en lo que se refiere a política legislativa y partidaria: que los únicos confiables son los suyos propios. En términos político-matemáticos los suyos-suyos serían todos los que llegaron al gobierno con él, ‘menos‘ los que fue echando ‘más‘ todos los que ahora se están afiliando a La Libertad Avanza, ya sea que vengan de afuera de la política o que abandonen sus anteriores adhesiones y se hagan mileistas a tiempo completo. Esos son los únicos que valen en serio. No los aliados, sino los cooptados.
La verdad, en contra de lo que él mismo dice, es que logró durante su primer año aprobar la mayoría de sus leyes, gracias al apoyo de casi todos los legisladores y gobernadores macristas, radicales, independientes, incluso varios peronistas no kirchneristas. Fue el año ganado. Pero el siguiente decidió perderlo legislativamente y no sacar ni una ley, peleándose con casi todos con los que el año anterior había acordado.
O sea que el Congreso jamás le jugó, en su mayoría, como destituyente, Sin embargo, su delirante conclusión de que los que hasta los que le votaron sus leyes son a la postre enemigos destituyentes, siendo falsa, tiene su lógica. Es que Milei buscó, a propósito, perder un año legislativamente para fortalecer su partido a costa del resto de sus aliados. Necesitaba debilitarlos partidariamente más que sumarlos legislativamente, para ganarles electoralmente. Y lo cierto es que, aunque las razones fueran otras, lo logró. Tanto que desde el 26 de octubre son multitud los que, pertenecientes a otros partidos, hacen larga cola para afiliarse a La Libertad Avanza, siguiendo la ruta de los que con espíritu que podríamos caracterizar de ‘oportunismo profético‘ ya lo hicieron desde antes de las elecciones. Hoy la moda son palabras como cooptados, saltimbanquis, tránsfugas o borocotós para denominar a los que quieren pertenecer al espacio ganador renunciando a sus anteriores proveniencias.
No obstante, nobleza obliga, que el mileismo quiera crear un partido propio con la suficiente fuerza para ser competitivo por sí mismo, no es algo objetable. Está en todo su derecho. El problema es que si por querer fortalecerse en el poder propio tergiversa su misión histórica, obstaculizando la posibilidad de convocar a la mayor parte de fuerzas coincidentes (si es posible, a todas) en avanzar por el amplio sendero del liberalismo capitalista a fin de ir dejando cada vez más atrás el también amplio sendero del estatismo corporativo, que hoy está debilitado, pero en absoluto muerto. Sumar a los que rechazan el regreso al pasado, siempre será más importante que querer hacerlo solo, por la inmensa magnitud de la tarea.
El rol fundamental de Milei en la historia debería ser el de instalar de modo permanente en la Argentina las reglas de juego de un capitalismo moderno no corporativo ni clientelar ni populista, sino republicano y liberal en lo institucional, que incluya un Estado limitado (pero no por eso debilitado en sus funciones esenciales) cuya misión fundamental en lo económico sea fortalecer el mercado como principal factor de crecimiento e incluso de distribución, pero estableciendo reglas de juego, porque eso de que el mercado debe reemplazar al Estado hasta en las funciones irrenunciables del Estado, no es liberalismo, sino volver al estado de naturaleza de ese que hablaba Hobbes, el del hombre lobo del hombre.
Milei pasará a la historia si en vez de dedicar sus mayores energías y poderes en fundar un partido personalista, le antepone a esa cuestión menor, la creación del sistema institucional tanto en lo político como en lo económico, que le garantice la continuidad de los grandes cambios que inició Macri y continuó él aún con más fuerza. Su gran misión debería ser fortalecer el capitalismo liberal de un modo que, aunque mañana volvieran a ganar una elección los que defienden el estatismo populista corporativo, ni aun así puedan hacer volver significativamente atrás las transformaciones estructurales hoy acometidas. Nunca se estuvo tan cerca de lograr tan fundamental cambio histórico, tanto que hoy su principal peligro son los errores internos que pueda cometer el gobierno más que cualquier enemigo del capitalismo liberal.
Crear un capitalismo eficiente, competitivo, es lo contrario de lo que hoy seguimos teniendo: un capitalismo de Estado que es un seudo capitalismo donde los políticos corruptos y los empresarios corporativos impiden toda competencia aún en nombre de la libre competencia. Eso fue la esencia de las dos décadas kirchneristas: políticos y empresarios que se hicieron ricos empobreciendo al país.
Sintetizando, Milei, más aún después del triunfo del 26 de octubre, tiene la posibilidad de elegir si fortalece su partido a costa de debilitar aún más la débil institucionalidad política argentina, o si más que incrementar su hegemonía crea los cimientos estructurales sólidos de un capitalismo liberal generador de desarrollo.
Milei tiene por delante la tarea ciclópea de transformar estructuralmente el país en uno desarrollado, de modo que ya no se pueda volver atrás, aunque difícilmente la pueda lograr solo o con un partido solo. Sin embargo, con buenas compañías se encuentra frente a una posibilidad histórica excepcional, única, de esas que se las toma o se las deja, porque no suelen volver a repetirse.
Milei tiene también la oportunidad de hacer lo contrario al kirchnerismo, no sólo en lo económico, sino también en lo institucional atacando el cáncer de la corrupción de manera mucho más decidida de lo que viene demostrando hasta ahora. Porque hoy en la Argentina la corrupción ha devenido estructural y extirparla no será fácil. Lo más probable es que si no se la toma por las astas, el cáncer de la corrupción hará metástasis a lo largo de todo el cuerpo político y económico, con lo cual ningún gobierno, ni aún quien se precie de venir a combatirla, podrá evitar contagiarse de la misma. Es por eso que hoy aparecen metástasis incluso dentro del mismo gobierno nacional, algo que se cura extirpando el mal que está dentro del propio cuerpo, y no negando que exista, creyendo en una inmunidad de la que hoy en el país nadie está exento. Porque nos han enfermado de corrupción. Y nadie está a salvo de contraer el mal.
