Por Orlando Navarro
Periodista
¿Qué está ocurriendo con la economía argentina? ¿Qué pasó para que aquellos indicadores de hace tres meses, del dólar a $1.210, la inflación oscilando entre 1,5% y 2%, el riesgo país empujando a la baja, aspirando a superar la barrera de los 600 puntos, es decir un panorama “soñado”, se desmadraran de pronto, y pasáramos a este presente turbulento, con todos esos índices marchando aceleradamente en sentido contrario?
¿Volvimos al pasado? ¿O, al final, estábamos más cómodos con las cosas como venían hasta el 2023? Parecería que sí, luego de lo que expresaran las elecciones bonaerenses y las votaciones en el Congreso.
Porque a ese gobierno anterior no se le hacían paros ni movilizaciones. No se le tiraban piedras. No se cuestionaban las partidas que disponía para jubilaciones, discapacitados, docentes, universidades, o el Garraham, que siempre han sido insuficientes. No se le pedían comisiones investigadoras especiales para tal o cual sospecha de corrupción. Se toleraba que los jefes de gabinete no rindieran cuenta ante el Congreso de los actos del gobierno. Por lo tanto no se los esperaba con 1.500 preguntas, y maratónicas jornadas, como a Guillermo Francos. No se le restringieron al Presidente el uso de facultades extraordinarias para emitir decretos de necesidad y urgencia. No se le cuestionaban los vetos. En fin, lo dejaron gobernar y a nadie se le ocurrió pensar que Alberto Fernández tuviera “que irse ya”. Pese a la inflación que dejó al 211%, el riesgo país a 1.896, habiendo alcanzado los 4000 puntos en 2020 época de pandemia, y la pobreza rozando el 50%, al final de su mandato. Con un dólar que de $69,50 al comienzo de su gestión, culminó en $ 1.075, es decir un incremento del 1.446%. Y otros desastres más. ¿A esto queremos volver?
Volver al pasado
Porque para allí vamos, con aquel lunes negro, luego de las elecciones, y que ahora se puso aún más oscuro, Y esta semana empeoró, con los fallos en contra en Diputados y Senadores. Ya tenemos sobre nosotros la tormenta perfecta, para solaz de aquellos que aman las turbulencias, y operan para que “este gobierno termine”. Y poco les importe que ese enfermo grave, que es nuestro país, de estar convaleciente, pase a estar peor, con la presión (léase el dólar y los otros indicadores) por las nubes y amenazando con desmejorar. Como cuando el “rodrigazo”, o la hiper de Alfonsin, o el temido 2001, que culminó con un estentóreo aplauso en el Congreso, cuando Rodríguez Saa declaró el default de la deuda, y una voluminosa devaluación llevó los niveles de pobreza a valores records.
¿Eso queremos?
Quiero pensar que no. Porque por algo se votó a este Presidente, que ganó a pesar de anunciar un fuerte ajuste, y prevenirle a la población que la pasaría muy mal en un primer tramo. Y prometer que hacia 2026 recién se notaría una mejoría firme, con la inflación convertida en un mal recuerdo, un riesgo país de país normal, un dólar calmo operando libremente entre bandas, y mercados internacionales apostando otra vez por nosotros. Como otrora, cuando nos llenamos de inmigrantes, sobre todos europeos, que venían aquí a “hacerse la América”.
Entonces, concluimos en que no queríamos repetir esa experiencia vivida en los 20 años anteriores al 2023. Y el 56% de la población le puso un “sí, quiero” a ese ignoto personaje que prometía “sangre, sudor y lágrimas” a cambio de un futuro de país normal, productivo e insertado otra vez en el mundo. Luego, ¿por qué le mueven el piso?
Es válido que se mejoren los sueldos, las jubilaciones, se sostengan la salud y la educación pública, y se asista mejor a las provincias. Es válido. Lo que ocurre, y no es ninguna novedad, es que para eso se necesitan recursos. Y no recursos que provengan de la maquinita o del endeudamiento. Hablamos del recurso genuino. Hablamos que no se altere el equilibrio fiscal, al par que se flexibilicen las leyes laborales, se termine con una legislación impositiva regresiva, se facilite el crédito, la radicación de nuevas inversiones. O sea, hablamos de una economía sana, que nos lleve a ser un país normal, con proyección a ser un país desarrollado y que abandone ese lugar ignominioso que tiene, desde hace décadas, entre los países que viven en estado de perpetuo subdesarrollo.
¿Volvimos al pasado? ¿O, al final, estábamos más cómodos con las cosas como venían hasta el 2023? Parecería que sí, luego de lo que expresaran las elecciones bonaerenses y las votaciones en el Congreso.
¿Al gobierno le faltó muñeca política para sostener su plan?
No cabe ninguna duda. Hasta hace apenas 5 meses, cuando salió del cepo, le iba muy bien, pero entonces creyó que podía “comerse los chicos crudos”, cayó en ese pecado muy humano, y desgraciado a la vez, que es la soberbia. Respondió a la ola de los “tira piedras” enquistados en la oposición, en algunos medios, en ambas cámaras, con insultos, bravuconadas y otros excesos, que le acarrearon ganarse más enemigos, y perder amistades.
Para colmo, dentro de sus propias filas aparecieron los desencuentros, las envidias, la codicia, las traiciones, hasta posibles hechos de corrupción, que le hicieron perder varios casilleros en el armado de su novel estructura como partido político.
Milei, con sus diatribas hacia la casta y la corrupción, se puso a sí mismo una vara muy alta en lo ético, y no le “van a perdonar una”. Y le están “moviendo la escalera” para desestabilizarlo y, en lo posible, se vaya en helicóptero.
Veremos cómo se mueven las piezas en estos meses previos a la elección de octubre. Los reflejos de Milei y su equipo, que ya anuncia cambios, serán vitales para la suerte del gobierno.
Lo cierto es que al cierre del jueves pasado teníamos dólar a $ 1.495 riesgo país en 1.453 puntos, y los bonos argentinos en picada. Habrá quienes digan, frotándose las manos, “resultó muchachos, cuanto peor, mejor”. ¿Otra vez?

