¿Cuál debería ser el tamaño del Estado? O más radicalmente, como sostienen algunos, ¿debe existir el Estado? Estas preguntas vienen taladrando desde siempre, con mayor o menor intensidad, según lo perciba el ciudadano común y que se lo interroga porque se siente comprometido con el destino de la Patria y de sus hijos. Porque se interpela ¿hacia dónde fluye mi dinero cuando pago mis impuestos? Pregunta que surge cuando se ven desequilibrios en el cumplimiento del Pacto Social. Y sospecha que el encargado de administrar esa plata, puede estar apropiándosela, o favoreciendo sus amigos, mientras observa que carece de servicios, de salud, educación, justicia, seguridad, infraestructura. Que para eso se supone funciona el Estado.

En el fondo, hay una explicación muy clara: actúa el factor humano, con sus falencias o virtudes. El hombre, o mujer, obrando mal o bien, actúan según su saber y entender de cómo deberían ser las cosas. Y ese obrar estará ajustado a su formación y compromiso ético. La formación que comienza en la casa, continúa en la escuela y se perfecciona, o deforma, en su interactividad diaria, según los medios que utiliza.

El Estado en la vida de los ciudadanos
Resulta obvio, a esta altura de la civilización, que la presencia del Estado es un presupuesto básico en cualquier sociedad organizada. No se puede prescindir de él, como organizador de la vida de los ciudadanos. Es la Constitución Nacional el lugar donde se garantizan sus derechos y también sus obligaciones y que los funcionarios juran respetarla y defenderla. El problema sobreviene cuando se pone en marcha esa maquinaria, que puede desde solucionarle la vida la gente o convertirse en una mochila que en vez de ordenar, traba u obstaculiza el accionar del ciudadano.

Una sana administración es aquella que cumple con las funciones que son inherentes al Estado, pero sin comprometer financieramente su estructura. Si un mérito ha tenido este gobierno nacional actual, cuestionado en estos días por la probabilidad de corrupción en sus filas, es el de haber logrado en poco tiempo, equilibrar las cuentas públicas. Claro que sometiendo a la población, sobre todo los más vulnerables y sectores medios, a un esfuerzo descomunal. Esfuerzo consentido, sin embargo, con la esperanza de un futuro mejor. La mayoría de las encuestas favorecen, en sumas cercanas al 50%, su gestión. A pesar del fuerte ajuste.

Las necesidades de la gente, sobre todo el sector de menores ingresos, es acuciante y eso obliga a repensar hasta qué punto se puede seguir ajustando el cinturón. Y ello torna en impostergable la toma de decisiones que aumenten los ingresos generales para poder financiar una mejor calidad de vida.

El Superávit fiscal
Vimos con satisfacción que después de muchos años, y de muchas administraciones, volvió a ser tema de conversación el superávit fiscal, la correcta distribución de los ingresos, y un control estricto de los gastos. Puso sobre el tapete una verdad que debería ser de Perogrullo: no se puede gastar más de lo que ingresa. Y eso ha repercutido directamente en bajar la inflación, que viene distorsionando desde hace años y severamente, los términos de la “economía micro, y también de la macro.

El asunto es que las necesidades de la gente, sobre todo el sector de menores ingresos, es acuciante y eso obliga a repensar hasta qué punto se puede seguir ajustando el cinturón. Y ello torna en impostergable la toma de decisiones que aumenten los ingresos generales para poder financiar una mejor calidad de vida. Con políticas que alienten la producción, nuevas inversiones y engrosen el número de aportantes al sistema social. Y sobre todo acudiendo en ayuda de los más débiles, a quienes les es muy difícil abandonar su estado de indigencia. Una economía mejor, colaborará en beneficiarlos con la satisfacción que da el propio sustento.

Cómo hacerlo
Y he aquí donde no hay acuerdo en el cómo hacerlo. Y en esto pujan los actores de la política, algunos de los cuales no pueden hacer abstracción de que cada tanto hay elecciones y calculan no es conveniente exigir tanto sacrificio. Se debe tener mucho temple y seguridad de dónde se quiere llegar, para sostener firme el timón y no sucumbir a la tentación de regalar en políticas distribucioncitas, el sacrificio llevado a cabo.

El esfuerzo se puede esfumar
Por lo mismo, resultará dramáticamente decepcionante para el ciudadano, observar que ese esfuerzo se puede esfumar detrás de acciones poco transparentes, concretamente de corrupción, de las que se han vivido en épocas anteriores y está por probarse si se repiten ahora. Y que de concretarse, sería una defraudación que afectaría seriamente la esperanza de que algún día tengamos un país serio, normal, y que esté acorde con la enorme riqueza de la que ha sido dotado por la Naturaleza.

Una rápida investigación y consecuente aclaración sobre lo que se sospecha pudo haber ocurrido, se torna entonces imperativo e impostergable. El hecho de que el funcionario implicado se haya presentado en la Justicia, es promisorio en términos de claridad, y aumenta la esperanza de que muy pronto se sepa la verdad. La transparencia de los actos del Estado, debe ser prioridad.

Por Orlando Navarro
Periodista