“En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesárea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”
Ellos contestaron: “Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas”.
Él les preguntó: “Y ustedes, ¿quién decís que soy yo?”
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
Jesús le respondió: “¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo.
Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos”.
Posee valor histórico que Simón, uno de los Doce apóstoles, recibió el nombre de Kefa (en arameo; kephas, en griego) y que sería traducido como Pedro, que significa “roca”. Fue llamado así por el mismo Jesús y también durante su ministerio.
Se interpreta aquí que “sobre esta roca”, ha de referirse a la confesión que Pedro acaba de pronunciar. Vendría a ser como decir que Simón recibe un nombre nuevo: Pedro, porque ha hecho una confesión decisiva y fundamental sobre la “roca” que ha de construirse la Iglesia.
La Iglesia posterior reivindicó la figura de Pedro como testigo cualificado y como “primero” entre los Doce. Estas palabras, pues, significan que Pedro ha de ser el defensor de la Iglesia contra todas las amenazas a las que estará sometida. Sin embargo, podemos preguntarnos: ¿dónde está fundamentada la Iglesia, en Pedro o en Cristo? En Cristo, claro está (cf I Cor 3,11; Ef 2,20), y es eso lo que confiesa Pedro en el evangelio de Mateo.
De la misma manera, pues, la metáfora de “atar y desatar” se ha de interpretar en este sentido de servicio a la comunidad, del nuevo pueblo, de la Iglesia. Porque no debemos olvidar que esa misma metáfora la usará después Mt 18,15-20 para aplicarla a los presbíteros de la comunidad ante el pecado de los que desean el perdón.
Siempre recuerdo lo que dijo el cardenal argentino Jorge Mejía en una de sus visitas a San Juan, hacen más de 10 años: el Pontificado es un servicio de “unidad”, no es un cargo ostentoso de poder. Es como un “sacramento” (signo visible y eficaz) de todos los que “miran” a Jesús Salvador, incluso un “puente” de comunión del todo el género humano entre sí, más allá de las fronteras visibles de la Iglesia misma.
Es muy lógico que los discípulos de Jesús que aceptamos el evangelio tengamos como “roca” de salvación la confesión de fe que hace Pedro. Pero no es nuestra actitud dejar a un hombre solo cargado de responsabilidad personal para “atar y desatar”, porque tiene las “llaves” del Reino de los cielos. Somos una Iglesia misionera, “sinodal”, pues caminamos juntos con Pedro como cabeza y guía, para el mejor anuncio del Reino. No olvidemos que la salvación de cada uno no la da Pedro, sino la gracia y la misericordia de Dios, revelada en Jesucristo, y a quien Pedro confiesa hasta la muerte martirial.
Todos los Papas del siglo XX y XXI han ejercido el ministerio petrino con una fuerte impronta “profética”. Lo hizo con insistencia Francisco y su inclaudicable opción por los “descartados” del mundo, los más necesitados. Lo hace hoy León XIV con sorprendente fuerza en este tiempo beligerante, por el clamor de la Paz como condición para vivir, como fruto de la justicia. Escuchemos a Pedro hoy!!.
Por el Pbro. Dr. José Juan García

