Varias radiografías de la situación económica de San Juan en vísperas de la revolución porteña de 1810 y en épocas de verano, comienzan reconociendo la buena condición de la tierra en Cuyo y de San Juan en particular, así como la fortuna de contar con uno de los mayores ríos que bajan de la cordillera.

Juan Rómulo Fernández en su “Historia de San Juan” (1919), por ejemplo, asegura que en el Valle de Tulum ya se daban entonces “excelentes uvas”, con las que se fabricaban vinos, aguardiente y arrope.

A su vez, en los Anales del Primer Congreso de Historia de Cuyo (1938), se afirma que las carretas y arrías cuyanas “tragaron leguas de pampas y serranías para hacer llegar la codiciada cosecha de sus huertas a pueblos que las solicitaban; ya entonces, finales del XVIII y principios del XIX, el cultivo de distintos productos llegaba a ser intensivo y de alto rendimiento, lo que trajo como consecuencia preguntarse qué hacer con los excedentes. Y, naturalmente, comenzó a pensarse en exportarlos: “allá van los sacos de cueros, las arganas llenas de orejones, descarozados, higos, uvas, pasas y otras frutas apetitosas y los bien contrapesados barriles en las mulas viñateras, o toda esta mercadería en las carretas de altas ruedas.

Buenos Aires, Santa Fe, Tucumán, Córdoba y Santiago de Chile, se acostumbraron a paladear las frutas y caldos cuyanos y se familiarizaron con el carretero y arriero cuyano”.

Buenos momentos para San Juan
Aquellos primeros veranos del siglo XIX eran a su vez tiempos de buenos momentos para San Juan, porque ya se experimentaba el monocultivo de la vid (criolla, llamada uva de viña y moscatel de grano redondo) bajo el clima seco, el fuerte sol y el riego artificial “motor este último del cultivo intensivo”, a tal punto que la superficie de labranza dependía del caudal del agua que llegaba por las acequias y canales realizados por el hombre”, como explica Horacio Videla en el Tomo II de su “Historia de San Juan”.

Hay que recordar también que los cultivos del valle de Tulum a mediados del siglo XVIII registraban unas pocas chacras en Puyuta (Desamparados), Zonda y La Bebida, y un mosaico de tierra arada dividida en parcelas de dos a diez hectáreas, se ubicaban desde Puyuta y Zonda hasta Santa Lucía, y desde el Pueblo Viejo (Concepción) y Chimbas hasta Trinidad”.

Las acequias y canales que conducían el agua y los desagües devolviendo los sobrantes, “semejaban una doble red muy similar a la venosa y arterial en el cuerpo humano”, asegura Videla en la obra citada.

A su vez, Antonio de la Torre, al abordar el tema de la exportación de cueros de vicuña, aguardientes, vinos y pasas, cuenta que esto sucedía “desde los primeros tiempos de la colonia”, y cita a Draghi Lucero cuando asegura que “San Juan y Mendoza surtieron de esos productos a centros lejanos de América”.

Los cultivos del Valle de Tulum a mediados del siglo XVIII registraban unas pocas chacras en Puyuta (Desamparados), Zonda y La Bebida, y un mosaico de tierra arada dividida en parcelas de dos a diez hectáreas, se ubicaban desde Puyuta y Zonda hasta Santa Lucía, y desde el Pueblo Viejo (Concepción) y Chimbas hasta Trinidad.

“Verdadero paraíso”
Pero volviendo al interior provincial, hay un sitio al que se llegó a calificar de “verdadero paraíso” por el cultivo de duraznos, entre otros frutos, con los que se preparaban “los medallones, un descarozado magnífico por su tamaño y calidad”. Ese lugar era Pachaco, paraje ubicado en el departamento de Zonda, casi en el límite con Calingasta, donde hoy se lucha por recuperar aquellas virtudes agrícolas de antaño.

Por otra parte, las carretas que llevaban el vino y el aguardiente sanjuaninos en aquellos veranos del siglo XIX, traían “cueros de Buenos Aires, maderas de Tucumán y yerba mate del Paraguay”.

Mientras tanto, en el libro “Cuarto Centenario de San Juan. 1562-1962”, también De la Torre afianza sus expresiones valiéndose de escritos de Bartolomé Mitre cuando escribió que “las poblaciones de San Juan y Mendoza eran entonces las dos únicas agrícolas del territorio, con el cultivo de la viña y el olivo, y a esto debían ser relativamente más civilizadas que el resto del país”. Y otro producto consumido en verano, pero también en las restantes estaciones en San Juan era el arrope, producto de la cocción individual del mosto de la uva, así como la maceración de la calabaza en agua y sal y, por último, la cocción conjunta y a fuego lento de ambos componentes que dan lugar al sirope en cuestión”.

Por Luis Eduardo Meglioli
Periodista