Kilómetro 486, sobre la ruta 20. Una huella permite adentrarse en pleno campo, zona que los puesteros conocen como Cristo Peregrino, a unos 18 kilómetros de El Encón, en el Sur de 25 de Mayo. Seco, con pasturas que lucen amarillentas, duras y poco tentadoras para cualquier animal y un escenario dantesco. Vacas muertas, resecas por el abrumador Sol que golpea la tierra resquebrajada. Una detrás de otra; varias de ellas quedaron en el suelo camino al corral, estaban tan débiles que murieron sedientas, hambrientas. Basta caminar unos metros y aparecen más esqueletos con su cuero, como un reguero de muerte. El calor no da tregua, la temperatura trepa por encima de los 40 grados al mediodía y multiplica la sed, claro que no hay agua para saciarla y el destino final está ahí, latente, y es la muerte.
El secano veinticinqueño, o sea desde Punta del Agua hasta Las Trancas (ver infografía en pág. 3), agoniza por completo. Llevan 6 años donde la naturaleza les está siendo esquiva, las lluvias no son para nada frecuentes -la última fuerte se dio en enero pasado y una más leve en octubre- y los animales se quedaron prácticamente sin alimento y, lo más grave, sin nada de agua, condenados.
El agua subterránea que antes se encontraba a los 40 metros, hoy por hoy obliga a perforar, al menos, hasta los 105 metros pero el costo es una barrera infranqueable. Los números que maneja la Asociación de Puesteros de 25 de Mayo son por más gráficos: en ese periodo, de 33.000 caprinos estiman que apenas quedan unos 7.200; y de vacas dicen que se perdió el 60% (había 6.250), por lo que sobreviven no más de 2.500. Pasando en limpio, el 75% de los animales se murió. En cuanto a los equinos no hay cifras precisas, aunque las bajas están a la orden del día.
Los puesteros, más de 140, tienen en el día a día un desafío elemental que es mantener con vida a los animales, aquellos que las autoridades ven de reojo y que tienen como enemigo al tiempo, que se disfraza de la más cruel burocracia que recorre los escritorios y que llevó a que las soluciones no aparezcan o, en el mejor de los casos, lleguen a cuentagotas y -siempre- tarde (ver pág. 5). En esa lucha diaria aparecen historias que estremecen, y donde hombres comunes se visten de "héroes" con tal de alargarle un par de días la vida a una cabra o una vaca, esas que otrora engordaban para vender y que ahora se esfuerzan para que sobrevivan, sabiendo que no les podrán sacar un peso. "En mi puesto -La Bolsa- tengo vacas que están echadas, sin fuerzas y que a la mañana les doy un poco de alimento y agua para que no se mueran. Con eso alcanzan a levantarse pero luego se echan y sólo resta esperar que pasen los días para que aparezcan muertas. Me da pena, dolor por no poder hacer nada o, mejor dicho, sólo lo que está a mi alcance”, se lamentó Faustino Nievas, que de tener más de 3.200 cabezas de animales hoy sólo dispone de unas 280 y sueña con no tener que abandonar "su" lugar en el mundo, que -por cierto- no conoce de lujos pero que por décadas le permitió darle bienestar a los suyos.
En el caso del puesto de los Abregó, en el paraje de Pozo Escondido, los niños salen al atardecer a buscar pasturas blandas para que las cabras no mueran de hambre e incluso se las dan en la boca, como si cuidaran a una mascota pero con la diferencia que para los puesteros es el medio de vida, aquel que todavía los "ata" a su tierra.
Las historias de cada puestero están empapadas de una mezcla de dolor e impotencia. Además, tras la grave situación actual, está la incertidumbre por lo que viene: "Quiero que mis hijos se queden acá, que no emigren pero si las cosas siguen así es inevitable", dijo Nievas.
No hay distrito que se salve, aunque los puesteros dicen que "desde El Encón hacia el Sur", casi con el límite con San Luis, el escenario empeora aún más. "Llegamos a tener como 500 vacas y ahora, no quiero mentirle, pero no quedarán 100. Allá en mi zona no llega casi nada de ayuda del municipio, apenas por familia nos dejan 2.000 litros cada 20 días, con eso no se puede darles de beber a los animales y a la vez tener agua para nosotros", contó angustiada Gloria Morales, del distrito de Las Trancas, a la vera de tierras puntanas. En Punta del Médano la situación tiene ribetes escalofriantes: "Ya no aguantamos más, la situación es muy crítica. Tengo pilones de vacas muertas, 100 tal vez", describió con dureza Rafael Luis Quiroga, quien es hermano del intendente veinticinqueño.