La reciente decisión de la provincia de Buenos Aires de prohibir el uso de teléfonos celulares en las aulas de las escuelas primarias vuelve a poner en el centro de la escena un debate que atraviesa a todo el país: cuál es el rol de la tecnología en la educación y hasta qué punto su presencia beneficia o perjudica los procesos de enseñanza y aprendizaje. La medida se suma a la que ya había adoptado la Ciudad de Buenos Aires y las provincias de Salta y Neuquén, lo que evidencia que se trata de una preocupación extendida y no de un caso aislado.

La escuela no es un espacio ajeno a los cambios tecnológicos, pero tampoco puede resignar su misión fundamental: garantizar la transmisión de conocimientos, formar hábitos de estudio y ofrecer un ámbito de convivencia que estimule la interacción entre pares y con los docentes. En este sentido, el celular, por más que sea parte inseparable de la vida cotidiana, se ha convertido en un factor de distracción que compite con la atención que requieren las clases. Las notificaciones constantes, los chats, los juegos y las redes sociales terminan generando un entorno disperso que atenta contra la concentración y la disciplina escolar.

En San Juan, como en otras jurisdicciones, el uso de celulares está regulado y no completamente prohibido en las escuelas, ya que la ley permite su uso con fines pedagógicos, siempre que sea autorizado por el docente.

En la Cámara de Diputados de nuestra provincia, algunos legisladores han propuesto proyectos vinculados a este problema, partiendo de la premisa de que es necesario regular el uso de los celulares en las escuelas. Uno de los proyectos con posibilidades de ser tratado para su aprobación tiene el propósito de adherir a la regulación propuesta por Educación, sin llegar a la prohibición total, al considerar que una medida de esta naturaleza podría llegar a ser contraproducente.

La tendencia general se inclina a que los alumnos puedan portar los celulares dentro del ámbito escolar, pero no utilizarlos en horas de clase o recreos salvo contadas excepciones en que su empleo esté justificado pedagógicamente. Los mayores riesgos a los que se enfrentan son la distracción en clases y la falta de socialización entre sus pares.

Docentes y directivos reconocen que el uso irrestricto de los teléfonos móviles en el aula plantea un desafío enorme para la dinámica de la enseñanza. En no pocos casos, los maestros deben dedicar tiempo y energía a lidiar con la interrupción que generan los dispositivos. La situación lleva a muchos especialistas a recomendar una regulación clara que priorice el aprendizaje por sobre el uso sin control de la tecnología.

Los factores que justifican la limitación del celular en la escuela son diversos. En primer lugar, está el impacto en el desarrollo cognitivo: las pantallas tienden a fragmentar la atención, dificultan la lectura prolongada y la memoria a largo plazo. En segundo término, está el aspecto social: el aula debe ser un espacio de encuentro, diálogo y trabajo colectivo, algo que se debilita cuando los estudiantes permanecen pendientes de un dispositivo.