El detonante de su caída en prisión, ocurrió el domingo 9 de marzo pasado por la tarde. Ese día, fue denunciado por atacar a golpes y amenazar a la madre de sus hijos. Un par de días después, en Flagrancia, fue condenado a 9 meses sin encierro por lesiones agravadas por el vínculo y amenazas simples contra esa mujer, que incluso llegó a consumir veneno con la intención de terminar con sus días. Para entonces, las cosas prometían empeorar más para ese exempleado de carnicería de 37 años, porque el escándalo que hubo en su casa sirvió para que su hija, hoy de 16 años, le contara a una tía sobre los ataques sexuales que había sufrido a manos de su padre desde que tenía 6 o 7 años y hasta el primero de enero pasado, cuando aún tenía 15 años.

Y la recolección de pruebas que ordenaron producir la fiscal, Andrea Insegna con su ayudante fiscal, Fernando Guerrero (UFI ANIVI), terminaron por confirmar la denuncia que puso el 10 de marzo pasado la tía de la jovencita. Al punto de que ayer, el sospechoso confesó abiertamente ante el juez de Garantías, Eugenio Barbera, cada una de las agresiones sexuales descriptas por su hija ante los psicólogos del ANIVI. A través de su representante en la Defensa Oficial, Javier Quiroga, también aceptó en el juicio abreviado, la condena que finalmente le impusieron: 9 años de cárcel por el delito de abuso sexual con acceso carnal reiterado, agravado por el vínculo y la convivencia con esa menor de 18 años.

Ambas penas se unificaron en 9 años y 9 meses.

El informe de los psicólogos fue contundente. Ante esos profesionales, la niña contó que su padre la había violado cuando tenía 6 o 7 años. Que a los 8 o 9 le mostró pornografía. Y que luego sufrió varias agresiones más, entre los 12 y los 13 y también a los 15 años, en la que era obligada a practicar y también le practicaban sexo oral.

La preguntaba cada vez porqué le hacía eso si era su padre. Y, cada vez, el sujeto parecía arrepentirse y le pedía perdón, hasta que veía la ocasión de quedar a solas y otra vez la atacaba.

Angustia, tristeza, un enorme miedo, sensación de desamparo, hipervigilancia, pesadillas y el temor de sentirse dañada para siempre, fueron parte de los inequívocos indicadores de abuso que los psicólogos detectaron en la menor en la menor luego de escuchar su conmovedor relato.