En los últimos 30 días, la Justicia sanjuanina recibió más de 40 denuncias por grooming, una cifra que revela la magnitud de un problema en franco crecimiento. Lejos de ser un hecho aislado, el fenómeno está tomando dimensiones preocupantes.

Los acosadores que actúan en el ámbito digital operan con métodos cada vez más sofisticados y difíciles de detectar.

Los videojuegos en línea se han convertido en el canal preferido de quienes buscan acercarse a niños y adolescentes. La estrategia de regalar monedas virtuales u ofrecer beneficios exclusivos es apenas el primer paso para generar confianza con sus víctimas. Tras ese gesto aparentemente inocente se esconde un entramado delictivo que amenaza la integridad de los menores, y que se multiplica en silencio en un escenario digital sin límites claros.

El Ministerio Público Fiscal, alertado por el crecimiento de denuncias, puso en marcha junto con el Ministerio de Educación una campaña preventiva. En las escuelas ya se realizan charlas destinadas a docentes, gabinetes técnicos y familias, con el fin de ofrecer herramientas para detectar y prevenir este delito. Se trata de un paso importante, aunque insuficiente si no va acompañado de medidas más concretas y de una verdadera red de contención social.

Los expertos coinciden en que los padres cumplen un rol irremplazable en esta batalla. Dejar a un niño navegar sin controles ni filtros en plataformas abiertas es exponerlo a un universo de riesgos que no siempre están a la vista. La instalación de controles parentales y la supervisión constante del uso de dispositivos no es una opción, es una obligación ética y legal.

El grooming no es un fenómeno lejano ni anecdótico. Es un delito que crece al calor de la conectividad y que encuentra en la ingenuidad infantil su puerta de entrada. Frente a esta amenaza, la sociedad debe actuar en conjunto. La escuela, la familia, la Justicia y el Estado tienen que levantar barreras firmes que impidan que el mundo virtual se convierta en una trampa mortal para los más chicos.

En un contexto en el que las denuncias aumentan semana tras semana, mirar hacia otro lado sería condenar a los menores a quedar en manos de acosadores cada vez más preparados. La prevención, la educación y la vigilancia son, hoy, las únicas armas posibles para enfrentar este flagelo.