“Pasamos ocho horas sin celular y fue hermoso”. Así resume Juan Carlos Costela (43) lo que vivieron hace unos días en Villa Krause, Rawson, donde varias familias sanjuaninas decidieron organizar un encuentro con una consigna clara: dejar el celular en una canasta de mimbre a cambio de una empanada. La escena fue grabada con el único teléfono autorizado del día y, tras ser compartida en redes sociales, se viralizó en cuestión de horas. Pero detrás del gesto hay una historia mucho más profunda, tejida con valores que la tecnología, muchas veces, deja en segundo plano.

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La iniciativa nació en el seno de la familia Montero, que desde hace años impulsa encuentros mensuales entre amigos y parientes. A esas juntadas se suman siempre las familias Costela, Acosta, Rodríguez, Vildozo y Marlo, estos últimos de origen senegalés. “Se hace un domingo de cada mes, rotando casas”, cuenta Juan Carlos, en pareja desde hace 25 años con Tania Montero. Juntos tienen tres hijos: Tyara, Brenda y Lisandro.

En la última reunión, que se hizo a principios de este mes, decidieron dar un paso más allá. La anfitriona, Mónica Montero, junto a su hija Lía, propusieron dos consignas: que cada grupo familiar asistiera vestido de un mismo color y que, al ingresar a la casa, entregaran sus celulares en una canasta de mimbre a cambio de una empanada. “Fue algo distinto, algo que nos hacía falta. Todas las juntadas eran lindas, pero esta fue especial. Nos organizamos para jugar, para hablar, para escucharnos. No hubo pantallas. Solo conexión real”, dice Juan Carlos.

¡A jugar! Sin pantallas de por medio, los más chicos disfrutaron de juegos en el pasto durante toda la tarde.

Ese domingo hubo canelones, juegos entre grandes y chicos, y una reflexión que todavía resuena en todos los que participaron. “Hablamos de que muchas veces, por trabajo o por ver qué pasa afuera, no estamos disfrutando el ahora. Y lo más importante es el presente. Fue una experiencia que nos hizo valorar lo esencial: los seres queridos, las pequeñas cosas, el momento compartido”, asegura.

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Aunque fue difícil despegarse del hábito -“varias veces metí la mano al pantalón buscando el celular”, confiesa entre risas-, el resultado fue liberador. “Yo uso el teléfono todo el día por trabajo. Pero ese domingo me di cuenta de que se puede vivir distinto. Nos dimos cuenta de que estábamos presentes de verdad, charlando, riendo, jugando. Eso no se cambia por nada”, afirma.

Entre las familias participantes hay una historia que refleja también el valor de la solidaridad y la integración. Los Marlo, oriundos de Senegal, llegaron hace muchos años como manteros a Villa Krause. “Mi suegra les dio una mano cuando llegaron. Hoy son parte de la familia y muy queridos por todos”, cuenta con orgullo Juan Carlos.

Celus modo off. Los celulares quedaron en una canasta al ingresar a la casa. A cambio, cada uno recibía una empanada.

Las imágenes que circularon por redes -y que sorprendieron por su simpleza y autenticidad- fueron tomadas con un único teléfono habilitado para registrar el momento. Tras la repercusión del video, comenzaron a llegar mensajes de afecto y admiración: “Muchos nos decían que querían hacer lo mismo. Por eso se nos ocurrió compartirlo públicamente, para que otras familias se animen. Es una propuesta muy linda y necesaria”.

“Pasamos ocho horas sin celular, que antes capaz las pasábamos en un sillón mandando mensajes”.
Juan Carlos Costela-Participante

La historia tiene, además, un trasfondo emocional muy fuerte. Mónica Montero, la última anfitriona, es la mamá de Emiliano Pennice, el joven sanjuanino que falleció junto a su novia Noelia Maldonado en un siniestro vial ocurrido en Francia el año pasado. “Por eso más que nunca hablamos de valorar el presente y la familia. La vida puede cambiar en un segundo, y por eso es tan importante vivir plenamente, con quienes uno quiere cerca y sin distracciones”, reflexiona Juan Carlos, emocionado.

El desafío de vivir un domingo sin notificaciones, sin mensajes, sin redes… y con todos los sentidos puestos en el otro, se convirtió en una inspiración colectiva. Una historia simple, familiar, que logró viralizarse no por el impacto de lo espectacular, sino por el poder de lo verdadero.