El Profe, con su voz bajita y pausada, termina de contar la anécdota de cuando uno de los estudiantes se escondió en un armario y las carcajadas y las miradas acusatorias no tardan en aparecer. El inculpado lo admite y vuelven las risas. Es sábado por la tarde en la casa de Pedro Collado, que lleva muy bien sus 90 años. Camina con bastón, vive solo, está viudo y un poco sordo, pero conserva intacta su lucidez que ahora reluce mientras sus alumnos de la promoción ’77 de la vieja ENET N°2 lo escuchan con admiración. A pesar del paso de los años, las visitas aún lo llaman “Profe”, lo tratan de usted y lo respetan como si todavía estuviese detrás del escritorio.
El vínculo que nació en las aulas hoy es una amistad que resiste décadas. El grupo está formado por 19 exalumnos que egresaron como Técnicos en Administración de Empresas. Eran algunos más, pero algunos fallecieron. Todos tienen casi 70 años y comparten un vínculo que no se quebró ni con el tiempo ni con el terremoto del ’77, que los obligó a rendir las materias finales de forma individual, sin acto ni baile de egresados. Aquel terrible sacudón en Caucete truncó el cierre de su etapa escolar, y durante décadas no se volvieron a ver. Pero en 2019, gracias a Facebook, la historia dio un giro.
La primera en encender la chispa fue Elena Rosales, quien convocó a una reunión en una confitería del centro. Fueron pocos, pero el reencuentro fue tan emotivo que decidieron buscar a más compañeros. “Así empezó a formarse el grupo que tenemos ahora”, cuenta Olga Chaparro. En una de esas reuniones surgió el nombre de Pedro Collado. Una compañera aseguró saber dónde vivía, lo buscaron, lo encontraron y él los reconoció a todos.
“Estaba recontento cuando le dijimos que estábamos reuniéndonos y lo invitamos a sumarse”, recuerda Gloria Aguilera. Desde entonces, el Profe se sumó al grupo. Y cada sábado, las anécdotas, los mates y la nostalgia se combinan con las ganas de vivir. Hablan de todo: de enfermedades, de los nietos, del país, y siempre, siempre, de los años de escuela.
La ENET N°2 funcionaba, en esos años, en una casona antigua sobre Avenida Rawson, a metros de Libertador. Allí pasaban más de siete horas al día, por lo que formaron una especie de familia. Luego la escuela se mudó a Avenida Central, pero el terremoto de 1977 volvió a sacudir todo. Fue una despedida abrupta. “No alcanzamos a despedirnos de algunos compañeros, fue tremendo”, dice Olga. Por eso, reencontrarse ha sido sanador.
“Esto es vida, esto es lo que nos saca de la monotonía, lo que no nos deja que caigamos en la depresión de los viejos”, dice Estela. Todos están jubilados. Muchos son viudos. Para ellos, este grupo es mucho más que un reencuentro escolar: es un espacio donde se sienten acompañados, valorados y vivos.
Se juntan casi todos los sábados, sobre todo en la casa de Elena, en el Barrio Aramburu, pero también rotan por otras casas. A veces van a la casa del Profe, en el centro. La escena siempre se repite: alguien semitas, otro una torta, alguien se encarga del mate. Y siempre hay tiempo para reír y para agradecer.
La solidaridad también es parte del grupo. Han tejido colchas para donar a personas en situación de calle, han juntado juguetes para chicos de zonas alejadas, y ahora colaboran con la ONG CUVHONI. “Nos hace bien ayudar”, dicen.
Me acuerdo de su etapa escolar, eran un gran grupo y lo siguen siendo. Juntarme con ellos me hace muy feliz”.Pedro Collado -Profesor
Uno de los momentos más emotivos que vivieron fue en noviembre de 2022, cuando organizaron el baile de egresados que nunca pudieron tener. Lo hicieron en un salón, con música, brindis y familiares. La idea había sido de Ester Luna, una de las alumnas que falleció al año siguiente. El homenaje fue doble.
Cuando el Profe cumplió 90 años, este año, sus hijos organizaron una fiesta. Él pidió una sola condición: que estuvieran todos sus alumnos. Y ahí estuvieron, como siempre. “Nos sentimos orgullosos de este vínculo, porque no es común mantener este lazo después de tantos años”, dice Gloria.
En cada reunión, la presencia de Pedro Collado da sentido a todo. Con sus recuerdos exactos, su humildad intacta y su sonrisa de siempre, es el testigo viviente de una historia que trasciende generaciones. Y aunque los cuerpos ya no son los mismos, el corazón sigue latiendo fuerte por aquella época de pizarrones, carpetas y valores que no se olvidan.

