Las cifras difundidas en los últimos días por el Observatorio de la Deuda Social Argentina (ODSA) de la Universidad Católica Argentina vuelven a instalar un debate tan antiguo como necesario: ¿hasta qué punto una baja estadística de la pobreza puede interpretarse como una mejora real en la vida de millones de personas? Según el informe del tercer trimestre, la pobreza por ingresos descendió al 36,3%, el valor más bajo desde 2018, mientras que la indigencia cayó al 6,8%. Se trata de una reducción notable: 9,3 puntos porcentuales menos de pobreza y una baja de casi cinco puntos en indigencia respecto de 2024.
Sin embargo, la propia UCA invita a leer estos datos con un cuidado que la política y la opinión pública rara vez se permiten. En primer lugar, recuerda que el cálculo se realiza con una canasta de bienes y servicios basada en la estructura de gastos de 2004/2005, lo que podría subestimar el costo real de vida en un contexto de aumentos sostenidos en tarifas, servicios básicos y alquileres. En segundo lugar, apunta que la mejora podría responder más a una estabilización coyuntural -desaceleración de la inflación, recuperación parcial de los ingresos y algo más de actividad económica- que a un cambio profundo en las condiciones materiales de existencia.
De hecho, el informe subraya un fenómeno que atraviesa a varias generaciones: la persistencia de un +piso estructural+ de pobreza que, históricamente, ha mantenido entre el 25% y el 30% de la población en situación de vulnerabilidad permanente. Allí donde el crecimiento macroeconómico ofrece alivio, la estructura social impone límites más rígidos. La UCA habla incluso de una “transición inestable+, en la que indicadores mejorados conviven con déficits crónicos: informalidad, precariedad habitacional, deterioro educativo y afectaciones al bienestar psicológico.
El documento no elude la discusión sobre la medición del INDEC. Advierte que hasta tres cuartas partes de la baja registrada por el organismo podrían responder a efectos estadísticos, no a una genuina mejora del poder adquisitivo. Aun así, reconoce que hay señales positivas, como el aumento de hogares con capacidad de ahorro, que pasó del 8% al 10,2%, y la reducción del +estrés financiero+.
El desafío, entonces, es no caer en triunfalismos. La Argentina necesita más que un buen trimestre para revertir décadas de desigualdad. Las estadísticas pueden marcar tendencias, pero la verdadera medida del progreso se encuentra en la posibilidad concreta de que las familias construyan un proyecto de vida sin el miedo permanente a volver a caer. Y esa deuda sigue pendiente.
