La industria argentina vuelve a encender luces de advertencia en su tablero. Tras un repunte que se insinuó a partir de marzo, el camino de la recuperación comenzó a mostrar fisuras en julio y, con el correr de los meses, se transformó en un estancamiento preocupante. No se trata de una percepción aislada, sino de un diagnóstico que se respalda en datos duros: tanto el índice Construya, que mide el comportamiento de los insumos para la construcción privada, como los despachos de cemento registraron caídas que rompen con la tendencia positiva de comienzos de año, así lo hizo saber la Unión Industrial Argentina.
El frenazo tiene responsables claros. Las tasas de interés elevadas y la virtual parálisis del crédito están asfixiando a las pequeñas y medianas empresas, que son las primeras en resentirse cuando la microeconomía pierde oxígeno. Los altos costos financieros desalientan la inversión y restringen la capacidad de consumo, mientras que la ausencia de crédito bancario limita cualquier intento de expansión productiva. A este escenario se suma la incertidumbre macroeconómica, que opera como un desincentivo adicional a la toma de decisiones de mediano plazo.
El problema va más allá de los números de coyuntura. La construcción y la industria manufacturera funcionan como sectores “termómetro”: anticipan con rapidez los movimientos de la economía real. Una caída en la venta de materiales, en los niveles de actividad de los corralones o en los despachos de cemento no es solo un dato sectorial, sino una señal de advertencia sobre el rumbo de la economía en general. Allí se refleja la confianza -o la falta de ella- de quienes deben apostar a nuevos proyectos, desde un pequeño emprendimiento hasta un gran desarrollo inmobiliario.
La situación exige respuestas ágiles y coherentes. Mantener un esquema de tasas prohibitivas puede servir para contener ciertas variables macro, pero tiene un efecto corrosivo en la base productiva. La microeconomía, donde late el empleo cotidiano, no puede quedar atrapada en una pinza entre costos crecientes y demanda debilitada. Si la industria sigue perdiendo dinamismo, la recuperación se volverá cada vez más lejana y frágil.
Es necesario reactivar el crédito productivo, encontrar mecanismos que oxigenen a las pymes y fortalecer la previsibilidad. Sin señales claras, la economía corre el riesgo de entrar en una espiral de estancamiento en la que las expectativas negativas se retroalimentan.
La advertencia ya está planteada. Los indicadores sectoriales no son meras estadísticas: son la expresión concreta de un freno que golpea en los talleres, en las fábricas y en las obras. Desoír esas señales sería un error que la Argentina no puede permitirse repetir.
