Ni las dificultades socioeconómicas por las que atraviesa el país, ni el clima preelectoral a nivel nacional, son justificativos de actitudes improcedentes que han comenzado a manifestarse en distintos ámbitos de la vida nacional. Se trata de agresiones verbales o de comportamientos impropios que nos acercan peligrosamente a la intolerancia, uno de los males de peor repercusión cuando lo que se trata de conseguir es vivir en una comunidad en la que predomine el respeto y las normas de buena convivencia.


Los insultos y abucheos al secretario de Cultura de la Nación, Pablo Avelluto, en la reciente apertura de la Feria del Libro 2019 -que se realiza en el predio Rural de Palermo, en Buenos Aires- responden a un comportamiento piquetero y agresivo por parte de grupos estudiantiles y sectores gremiales opositores que lo único que buscan es alterar el orden con fines ideológicos, partidistas o, simplemente, generar una confrontación con fines destructivos. No se puede admitir bajo ningún término que grupos sediciosos aprovechen un foro de estas características para agredir a un funcionario público y quedar impunes ante el resto de la sociedad, como si ese comportamiento fuese normal y no nos causara el daño que genera una confrontación enfocada en sí misma.


Un poco antes, este clima de tensión que se traduce en cada silbatina, abucheo o insulto, lo vivió el propio presidente de la Nación, Mauricio Macri, en el acto de apertura del 137º período de Sesiones Ordinarias del Congreso. En esa ocasión legisladores de las bancas opositoras, especialmente del kirchnerismo, interrumpieron en varias oportunidades al mandatario mientras leía su mensaje, en un acto de falta de respeto, carencia de educación cívica y de transgresión a todas las normas protocolares que corresponden a la figura presidencial. Quienes tendrían que haber dado el ejemplo al resto de la comunidad, demostraron ser intolerantes y poco considerados con el ámbito en el que se sucedieron esas muestras lamentables.


En estas últimas semanas hubo dos casos más que nos llevan a considerar que la violencia verbal va en aumento. Ante el exabrupto de Lilita Carrió vinculado a la muerte del dirigente político José Manuel de la Sota, fueron innumerables las expresiones condenatorias por parte de la gente. Por otra parte, la expresidente Cristina Kirchner, hostigada por un pasajero que compartía el avión en el que viajaba a Cuba, desencadenó una guerra de acusaciones cruzadas alentada por sus seguidores.


Ante estas situaciones hay que repudiar esa violencia verbal que busca destruir las bases de nuestra sociedad con un enfrentamiento estéril que en la mayoría de los casos se genera a sí mismo.