La gran diferencia obtenida por el candidato ultraderechista, Jail Bolsonaro (46,10% de los votos), en relación a su primer oponente, el izquierdista Fernando Haddad (29,19%), con quien deberá dirimir la presidencia de Brasil en segunda vuelta el próximo 28 del corriente, ha puesto de manifiesto la clara inclinación del electorado brasileño por un gobierno de derecha. En la opinión de los analistas, en el resultado de la primera vuelta ha pesado en forma decisiva el odio del electorado al elevado nivel de corrupción de las anteriores administraciones, todas ellas vinculadas al izquierdista PT (Partido de los Trabajadores), que tiene a Lula da Silva -actualmente en prisión por corrupción- como su principal referente.
Bolsonaro es un militar retirado, ferviente católico, que no ha tenido grandes logros legislativos, pero no se ha visto empañado por casos de corrupción. Se le atribuyen la defensa de un programa económico liberal, al propiciar la privatización de empresas estatales injustificadas y se lo sindica como autoritario y conservador en cuestiones sociales y de seguridad.
Haddad también tiene una serie de cuestionamientos que, seguramente, se pondrán de relieve en esta segunda etapa de la campaña electoral, por lo que los observadores de la OEA han aconsejado bajar los niveles de agresión política para reducir la polarización social, y que la campaña se centre más en discusión de ideas que en los ataques personales.
Bolsonaro ha sabido aprovechar el profundo resentimiento del elector con la clase política y ha canalizado el clima de confusión y hastío en contra de los gobiernos populistas que han estado durante años usufructuando los beneficios del poder sin capitalizar esa posición en beneficio del país.
Al conocerse los resultados de la primera vuelta, hubo una buena repercusión en los mercados brasileños, lo que es muy positivo para la economía de ese país y de la región en general. De esta forma Brasil se acerca más a conseguir un alineamiento con las principales democracias latinoamericanas.
Luego de una década de gobiernos nacionalistas, declarados enemigos de las políticas ajustadas al derecho y a una administración trasparente, es evidente que en América latina ha comenzado a canalizarse su dirección.
De confirmarse el triunfo de Bolsonaro, Brasil podría comenzar una nueva etapa con mayor sintonía y más beneficiosa con algunos países vecinos, como Chile, Perú y Argentina, al que lo une una rica historia vinculada a sus relaciones bilaterales comerciales y culturales.
