La crisis que soporta la Argentina es histórica por una caída socioeconómica sin precedentes, agravada por el colapso sanitario y el empobrecimiento de la mitad de sus habitantes. Se suma el debilitamiento institucional junto a la puja por el poder sin que medien ideas para recuperar el aparato productivo con políticas de Estado que perduren más allá de los plazos constitucionales.

Se ha perdido la calidad de los poderes del Estado, en particular la credibilidad en las instituciones por la injerencia del poder político, la racionalidad económica al perderse el rumbo por la ausencia de un programa que estimule el trabajo y la producción, y con ellos volver a los mercados internacionales. Y se olvidó al paradigma de la educación como sustento del desarrollo a través del conocimiento.

La clase dirigente no mira el horizonte de la Patria sino la inmediatez del poder para imponer soluciones temporarias con las necesidades del pueblo, que no acepta sobrevivir con el asistencialismo sino gratificarse con el trabajo digno. Se está adormeciendo el potencial productivo que hizo grande a un país agroindustrial liderando en su momento la proyección al mundo con sus alimentos. Hay muchos ejemplos de una involución que nos sitúa con parámetros similares a pueblos subdesarrollados por no contar con los recursos que nosotros despilfarramos.

Vivimos de fracaso en fracaso obsesionados por el poder, no por las ideas para resurgir. Como ha dicho monseñor Oscar Ojea, presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, "no discutimos proyecto de Nación, no discutimos a dónde vamos ni tenemos que ir, no nos ponemos a pensar juntos, sino que discutimos poder: poder mediático, poder económico y poder político".

Es que urge un mayor diálogo social para salir de la pobreza endémica y estructural que nos agobia desde hace cuatro décadas por políticas desacertadas, y para eso se requiere de un consenso profundo con participación de todas las instituciones representativas del país. Las "grietas" existen en todo el mundo democrático, pero se dejan de lado cuando los problemas superan a la responsabilidad de un gobierno porque salir de la emergencia involucra a todos.

La política debe ser la búsqueda de consenso ante la fractura social, a fin de ordenar la diversidad de opiniones para orientarla hacia objetivos comunes con pluralidad de actores e intereses.