Lo que siempre han pretendido las diferentes ideologías es establecer causas y consecuencias sobre lo que acontece en la realidad. Si como ejemplo tomamos el caso de la pobreza, algunas ideologías afirmarán categóricamente que su causal es el capitalismo, mientras que otras darán por sentado que se deriva de un Estado que asfixia la actividad privada. Y en estos esquemas conceptuales, no solamente se debaten las palabras de una nación, sino también su destino. Porque cuando se eligen candidatos, se elaboran leyes o se toma cualquier clase de decisión a nivel privado o público, se lo hace en base a una suposición sobre cómo es la estructura que subyace concatenando todos los niveles de la realidad.

Fue el siglo XX prolífico en el desarrollo de ideologías, como así también en su implementación. Ese mismo siglo culminó con un claro camino recorrido, en el que cada posición dejó una huella muy definida. Las ideologías que concordaron con la realidad quedaron en relieve como accesos a la prosperidad. Aquellas que no, como ensayos para no olvidar, como caminos a evitar. Y así es como la humanidad, a lo largo de toda su historia, ha ido asimilando aciertos y equívocos.

Distintos sistemas de convivencia y gestión pública se fueron sucediendo hasta llegar a las actuales democracias. Sin embargo, siempre existen grupos, e inclusive naciones, que se aferran a esos conjuntos de representaciones, generalizaciones e ideas interdependientes que constituyen una ideología. Y esto sucede más allá de lo que la realidad haya logrado despejar de toda duda. Es que a menudo, ciertas creencias tienen que ver más con identidades que con formas de interpretar los hechos.

Algunos sectores de Latinoamérica han mantenido siempre una rotunda actitud respecto a la empresa. Posiblemente se trate de supuestos del marxismo, en el que mediante el concepto de "plusvalía" determinaba al empresario y a la empresa como entes antagónicos a los intereses del trabajador. Los efectos que tal doctrina ha dejado en la Argentina son evidentes. El asedio a la empresa ni siquiera se disimula, como en el caso del conflicto de los neumáticos, que a consecuencia del accionar del sector sindical hay empresas que han suspendido sus labores habituales. Bajo la certidumbre de que es el enemigo, desde hace años nuestro país ha ido perdiendo esa confluencia de voluntades y coordinaciones que significa la empresa, de cualquier tamaño que se trate. Sólo bastaría observar cómo otras naciones, cercanas y distantes, bajo otros paradigmas conceptuales, han logrado fructíferas coordinaciones y sinergias entre trabajadores, empresas, sociedad y Estado.