A poco de cumplirse el primer año desde que Juan Guaidó, el líder de la oposición chavista en Venezuela, asumió como presidente interino, es poco lo que se ha avanzado en la lucha por derrocar a Nicolás Maduro, que era el objetivo principal cuando el 23 de enero del año pasado juró como presidente de la Asamblea Nacional. Desde ese momento Guaidó fue reconocido por 60 países de todo el mundo (la Argentina lo hizo en la era Macri, y luego al asumir Fernández quedó sin efecto tal reconocimiento), pero no ha logrado controlar ni la burocracia interna, ni las Fuerzas Armadas que son las que sostienen a Maduro en el poder.


En el transcurso del año se ha observado que Guaidó ha hecho ostentación de un indiscutido liderazgo dentro de la oposición, que lo ha llevado a ser casi único protagonista de las acciones que han trascendido fuera del país. Más allá del multitudinario apoyo de una gran parte de la población, disconforme con el gobierno de Maduro, Guaidó no ha capitalizado esa corriente y, por lo tanto, no ha podido consolidar la fuerza necesaria para desestabilizar el actual gobierno dictatorial. A la oposición venezolana le está haciendo falta un mayor peso como estructura, ya que la sola figura de Guaidó no alcanza para derrocar un régimen con varios años de experiencia en el poder, que ha experimentado los más variados ataques, sin que ninguno haya tenido éxito hasta el momento.


Guaidó necesita recrearse como líder de la fracción política a la que representa, pero con una nueva figura que lo coloque a la altura de los más importantes estadistas y no como un personaje mesiánico capaz de salvar al pueblo, con un accionar heroico casi unipersonal.


El llamado a los opositores a salir a las calles el pasado 7 del corriente, tras jurar nuevamente como presidente de la Asamblea Nacional, en medio de una serie de tropiezos que hubo en las inmediaciones del parlamento, es una acción que no debería ser propia de un mandatario que pretende regir los destinos de una nación como Venezuela. La organización de este tipo de manifestaciones, con las que se pretende expresar el descontento popular a un régimen de gobierno, deben ser espontáneas y no promovidas por quienes pretenden constituirse en las autoridades permanentes de una Nación.


Guaidó debe dejar de lado el exceso de protagonismo y dar mayor participación a sus seguidores, a fin de que al momento de negociar una salida para el país, cuente con un equipo para esta tarea y no tenga que exponerse como lo ha venido haciendo hasta ahora en cada ocasión.