Para 82,4 millones de personas en el mundo la pandemia de coronavirus es un mal menor si se la compara con los casos de miseria, violencia, guerras, el hambre, o los devastadores efectos del cambio climático que obligaron a abandonar sus hogares para salvar sus vidas y buscan la salvación en lugares inciertos. Son los desplazados forzosos que durante el año pasado incrementaron su número huyendo hacia la incertidumbre, mientras que el resto de la humanidad se paralizaba por la cuarentena.

Detrás de cada número hay una persona obligada a dejar su lugar de origen tras una historia de padecimientos con la esperanza de encontrar soluciones a su difícil situación, cada vez más problemática, ya que el flujo de desplazados internos y refugiados aumentó 4% respecto a 2019 y frente a una dramática salida ya que cada vez hay menos concesiones de asilo por el efecto económico y social derivado de la emergencia sanitaria.

La protección internacional de los migrantes ha descendido en igual forma que aumenta la muchedumbre errática tras alcanzar a Europa, el continente que lidera las solicitudes de asilo, aunque la preferencia de venezolanos, afganos y sirios busca entrar en los Estados Unidos, donde se registraron más solicitudes en 2020. En general existen alrededor de 1,3 millones de pedidos individuales de asilo sin resolver.

Sin embargo la gran mayoría de los refugiados, un 86% está acogida en países vecinos a las zonas de crisis y en países con recursos medios y bajos. Turquía sigue siendo el país con mayor presión migratoria y le sigue Colombia, primer destino de los venezolanos que huyen de la dictadura chavista, luego Pakistán, Uganda y Alemania que contiene el mayor número de desplazados llegado a Europa.

El Alto Comisionado de la ONU para Refugiados considera una tragedia a este gigantesco movimiento de personas, con niños nacidos en el exilio sin lograr reconocimiento de las naciones donde se desplazan y para el organismo el futuro es pesimista porque la condición de refugiado puede seguir siendo durante muchos años sin identidad ni arraigo no obstante la presencia de profesionales y una fuerza laboral que no desea vivir de la dádiva.

Sin que se resuelvan todavía todas las consecuencias de la pandemia y el mundo entre en una nueva normalidad productiva, los desplazados están destinados a esperar una mano salvadora que les dé oportunidad de sumarse al esfuerzo de recuperación de una economía, pero ninguna política los tiene en cuenta.