El robo de celulares es el delito más activo desde que se generalizó la comunicación individual y quien pierde el aparato difícilmente lo va a recuperar debido al rápido accionar de una cadena de ilícitos que va desde el ladrón pasando por el reducidor que los desguaza, si no puede desbloquearlo, y finalmente las ventas a clientes inescrupulosos que buscan repuestos y baterías. Por último están los nuevos usuarios que compran en la clandestinidad un móvil al 10% del valor comercial.

Este mercado negro es el que se debe desbaratar para terminar o minimizar al máximo un comercio ilegal también manchado de sangre porque se ha asesinado por un celular, o ha sido parte del botín de atracos mayores con víctimas fatales. Si bien en un asalto lo primero que toma el delincuente es el teléfono para dejar sin comunicación a la víctima, la mayor cantidad de aparatos sustraídos es por la modalidad del arrebato, incluyendo al accionar de los "motochorros".

Un informe de la Policía porteña, de hace dos meses, estimó la comercialización de 170 celulares robados por hora en todo el país sobre hechos denunciados que llegan al mercado clandestino, a pesar de los resguardos de fábrica como la identificación de primer usuario y el IMEI, un número de 15 dígitos que identifica el aparato como si fuese un DNI internacional. Hasta hace unos años era infranqueable pero con tecnología se resuelve el desbloqueo o la liberación del equipo para revenderlo reseteado de fábrica en la cadena ilegal.

En estos hechos existe una variedad de delitos que van desde el robo en sí hasta las normas de ENACOM que regula el sistema y hasta la provisión clandestina de móviles a los presidiarios, a los que se provee de celulares de vieja tecnología pero aptos para que desde la cárcel puedan comunicarse con el mundo exterior y hasta organizar "cuentos del tío" para sorprender a ancianos en su buena fe, o manejar secuestros entre otras irregularidades comprobadas.

Todo esto es conocido por las autoridades y no hay un accionar que lleve a romper los eslabones de la cadena delictiva con grandes ganancias desde que el ladrón vende un aparato a un 10 o 15% de su valor a un reducidor que lo repondrá en el mercado, entero o por partes, a un 60% del precio de una casa de artículos electrónicos y de comunicaciones. En síntesis, si hay robos es porque hay mercado.

En la crónica policial abundan los casos de celulares robados, pero no se recuerda por lo menos en San Juan, que se realicen allanamientos contra reducidores y locales de ventas dudosas.