La guerra contra la corrupción planteada por la actual gestión de gobierno está dando paso a un período de mayor transparencia en una Argentina que, a la mayor brevedad, tendrá que desechar definitivamente este flagelo.


A pesar de haber experimentado una mejora sustancial, el país sigue ocupando un destacado lugar dentro de las naciones más corruptas del mundo, lo que hace ver a la Argentina poco confiable a la hora de planificar inversiones o realizar otras negociaciones.


El problema de la corrupción ha sido analizado por expertos de varios países latinoamericanos con el objeto de determinar su origen y encontrar la forma de combatirla eficazmente. Se ha llegado a la conclusión de que mientras no se considere a esta desviación como una forma de cultura, en sentido sociológico, no se la podrá combatir definitivamente. Enfocarlo solamente como un problema institucional de los gobiernos, no alcanza para encontrar un solución definitiva. Si la corrupción estuviera circunscrita solamente al ámbito de gobierno, entonces podría solucionarse con mayores controles, pero si consideramos que es un asunto de cultura, es decir de la forma de pensar y actuar de las personas, entonces encontramos que la única solución definitiva es promover un cambio de cultura sobre la honestidad. Actitudes como la del candidato a presidente de la Nación por Unidad Ciudadana, Alberto Fernández, que ha dicho que Cristina Kirchner no será condenada en el juicio por presunto fraude a la Administración Pública, al redirigir fondos viales en favor del empresario Lázaro Báez, demuestran hasta qué punto la corrupción puede llegar a ser vista como natural, transgrediendo con sus dichos el respeto a la división de poderes y a la independencia judicial. Esto se ve agravado con el hecho de que el candidato presidencial enseña derecho en una universidad estatal.


De todas maneras hay un estudio que determina que hay tanta corrupción en sectores privados como en los gobiernos. Un problema permanente lo encontramos en los procesos de compra y contratación en las empresas, partidos políticos y organizaciones sociales de todo tipo, religiosas incluidas.


Para terminar con la corrupción hay que insistir con una firme educación en valores, de respeto a los demás, en sus personas y en sus bienes, a ser honestos, no robar ni siquiera "un poquito" y no abusar sobre todo del poder. En esto tiene gran importancia el buen ejemplo de los padres, los maestros y toda figura de autoridad para niños, jóvenes y adultos en general.