La cultura inflacionaria asumida por los argentinos como parte de nuestro sistema de vida es el único factor que parece estar marginado de las políticas de crecimiento, al punto de dar por hecho una suba en torno al 50 o 60% de los precios al consumidor, en el frustrado proyecto de Ley de Presupuesto 2022, rechazado en Diputados. El Gobierno nacional sólo acotó que busca estabilizar la inflación y que no espiralice.

Los interrogantes de los neófitos son por qué desbordan los precios y no es fácil retrotraerlos, o por lo menos congelar el costo de vida, en tanto oficialmente se hacen estimaciones para seguir con uno de los niveles de inflación más altos del mundo. En principio es la ausencia de un plan económico creíble, sustentado en bases sólidas y en estimaciones atadas al crecimiento.

Pero también la ausencia de políticas que tomen al toro por las astas y no paliativos, como un congelamiento de precios limitado a la canasta alimentaria básica, cuando la inflación alcanza a todos los bienes y servicios. Es un contexto que genera incertidumbre y se transmite en productores, intermediarios, mayoristas y hasta el más pequeño minorista llevándolo a especular con aumentos para cubrirse de desfasajes.

El problema de la suba de precios es directamente proporcional a la caída del valor del peso ante la cultura dolarizada de los argentinos, pero también por la presión fiscal insostenible y los acuerdos salariales atados a la variación del costo de vida marcado por la inflación mensual y las expectativas anuales. Ante este panorama se habla del "impuesto inflacionario", una teoría que parece descabellada, pero realista al fin.

Es que para algunos especialistas la inflación le permite al Gobierno licuar el enorme gasto público, sin recurrir a la emisión monetaria descontrolada ni pagar costos políticos con ajustes irritantes. Por ello va equilibrando la subsidiaridad con aumentos siempre inferiores a la inflación, de manera que la mayor recaudación del IVA por el aumento de los precios, por ejemplo, se convierte en una herramienta necesaria para sobrellevar los números en rojo del Estado.

Si realmente existe esa política reflejada en la inflación, sólo bastaría un freno al aumento constante de los precios para tener certeza del porqué de la debilidad de los congelamientos de valores para productos esenciales y no el ataque global a las variables mensuales del mercado que agobian.