Las crisis socioeconómicas en el país son cíclicas y el mayor impacto lo sufren los sectores de escasos recursos por no poder alcanzar el sustento diario, y la supervivencia alcanza niveles dramáticos. No siempre el asistencialismo estatal estuvo presente ante la pobreza extrema, como ocurre ahora con los planes sociales, y por eso es importante recordar cómo se sortearon en su momento las necesidades básicas de los pobres.


Existe una experiencia tan exitosa en el país que fue llevada a diferentes lugares del mundo con iguales resultados, como es el Programa Pro-Huerta lanzado por el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) en la década de 1990 para la autoproducción alimentaria familiar, con la ventaja de diversificar la dieta con alimentos de calidad y a la vez cultivar también la dignidad del trabajo. El organismo oficial puso la capacitación, las semillas e insumos y los interesados hicieron el resto llevando el programa a un desarrollo extraordinario como se ha observado en San Juan a lo largo de estas tres décadas.


El crecimiento del programa alcanzó las 840.000 huertas en el país, de ellas 23.500 en nuestra provincia con la Asistencia del INTA, municipios y distintas entidades sociales, sumando al trabajo de las huertas familiares a las comunitarias, cooperativas agropecuarias, escuelas rurales y tareas para mejorar la calidad de vida mediante la atención primaria de la salud y el aporte de ONG y del voluntariado para sumar ideas y recursos. Es que es un plan basado en la solidaridad e implementado frente a las necesidades de los vecinos y, en definitiva, la inclusión social con el esfuerzo compartido para una alimentación orgánica y saludable.


Este modelo participativo fue observado en el exterior y desde 1995, con la crisis de Haití, se internacionaliza llevando la experiencia argentina ese país, Bolivia, Colombia, Venezuela, Ecuador, Guatemala, México, Paraguay, República Dominicana, Grenada y en África en Mozambique y Angola, tras los acuerdos internacionales donde intervino la Cancillería. Estos antecedentes indican hasta dónde se pueden proyectar las buenas ideas para atender los requerimientos alimentarios de los pobres aprovechando los recursos naturales de cada región, con dignidad laboral y la profesionalización en horticultura sustentable.


El Programa Pro-Huerta como cualquier instrumento de ayuda mutua con orientación estratégica gubernamental y de entes privados que se suman está en las antípodas de la dádiva estatal carente de una contraprestación del beneficiario. Si bien esta cobertura es inmediata y necesaria es importante que se acrecienten las iniciativas tendientes a crear la autosustentación en lugares donde el territorio nacional lo permite en toda su amplitud.