La conmoción mundial causada por el avance del coronavirus y las medidas extraordinarias dictadas en diferentes países, según las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS), para evitar la propagación de una enfermedad que no tiene cura por ahora, genera diversas especulaciones acerca de la situación de la humanidad luego de la tragedia del Covid-19. Es así que mientras una veintena de laboratorios epidemiológicos buscan vacunas o tratamientos contra la enfermedad, economistas, políticos y especialistas ambientales, entre otros, están teorizando sobre las consecuencias del azote global.


Nadie duda sobre el cambio geopolítico que plantea el día después del virus, cuando el mundo tome conciencia de la necesidad de apartarse de la gran dependencia fabril y tecnológica de China, desde que Occidente puso en manos del coloso asiático la producción masiva de productos de uso cotidiano, debido a los menores costos laborales, financieros y fiscales, como también del trabajo esclavo denunciado. En este tren de conjeturas para cuando el mundo vuelva a reencauzarse, varios estudiosos del calentamiento global han empezado a sacar conclusiones positivas de esta paralización forzada por la supervivencia.


Estiman que por el coronavirus han caído drásticamente las emisiones que provocan el calentamiento global, y están en lo cierto. La paralización del transporte, fábricas, comercios masivos y servicios prescindibles, llevan a una reducción de la demanda de combustibles sin precedentes. En Europa los trenes no circulan y el suministro eléctrico se redujo a la generación nuclear y la sustentable, además de muy pocas usinas térmicas. Con calles y autopistas vacías y puertos y amarraderos que albergan desde cruceros hasta buques mercantes, es fácil suponer que el planeta respira mejor, más todavía con la cancelación de unos 14.000 vuelos internacionales diarios que depositan a 10.000 metros de altura los peores gases contaminantes.


Ante este panorama, el secretario general de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, advirtió que si bien la pandemia puede causar una caída temporal de las emisiones de efecto invernadero, la emergencia sanitaria nunca puede resolver la crisis ambiental, de manera que toda la atención que se presta para combatir el coronavirus no debe distraernos de la necesidad de evitar una catástrofe climática. Es que el calentamiento global se acelera y lo marca 2019, el segundo año más caliente de la última década, con mayor temperatura en la historia de la humanidad, causando calamidades y otras alteraciones en los ecosistemas terrestres y marinos.


La temperatura es un indicador del cambio climático en curso y no hay tiempo que perder, aunque el Covid-19 nos pueda desviar la atención.