El lexicógrafo, filólogo y lingüista español Manuel Seco aseguraba que la lengua es un "pacto social". Es decir, todos los que compartimos un mismo idioma acordamos implícitamente en que tales palabras tienen determinados significados y se utilizan de una manera predeterminada. Ese pacto social no es uno más entre tantos. Es el fundamental, al punto que ha dado lugar, nada más y nada menos, que a la misma civilización humana. La comunicación entre personas hace posible que la interacción dé lugar a las relaciones personales, comerciales, la acumulación y aprendizaje de conocimientos, o la conexión con personas de otras épocas mediante la lectura; en otras palabras la vida en común. Este mismo estudioso utiliza como metáfora ejemplificadora al juego de ajedrez. Nos dice que sería imposible siquiera una partida si ambos contendientes no estuvieran dispuestos, indefectiblemente, a cumplir un reglamento. El ajedrez no existiría sin sus piezas, aunque tampoco sin sus reglas. En el caso de que en un encuentro uno de los jugadores decidiera cambiar per se las reglas, habría encuentro pero no ajedrez.


El corolario de la analogía entre el idioma y el ajedrez emerge por sí mismo. A nadie escapa que los lenguajes son organismos vivos que van mutando, adaptándose a las circunstancias y a las épocas, incorporando y dejando atrás términos. Pero siempre en un movimiento de adecuación y familiarización colectivo, al ritmo de las necesidades. Y tampoco sale de lo corriente que ciertas franjas de la población tengan sus terminologías privativas e identificatorias. Sucede con la juventud, con el lunfardo, con especialistas en determinados áreas, etc. Nada de esto afecta el gran pacto social mencionado. No obstante, sí se menoscaba seriamente, al punto del estropicio, cuando por la fuerza y sin convención social, se presiona con un modo artificioso del uso del idioma. Bien podría considerarse el llamado lenguaje inclusivo como una ruptura de este pacto social. La mayor parte de las personas queda fuera de esta pretensión de uso, toda vez que el sentido nunca queda claro. Porque la inclusión es una sucesión de hechos, no de deformaciones lingüísticas. El hecho de desbaratar y enmarañar el idioma parecería orientado más bien a excluir al ocasional interlocutor, lo que se desprende también del tono que muy habitualmente emplean. Por otro lado, parecería perseguirse un efecto dominó en la caída de acuerdos, toda vez que en el lenguaje se basa toda interacción humana.


Un país azorado ya por tantos quiebres de presupuestos básicos sobre la coexistencia social, ha atestiguado tomas de colegios en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. El lenguaje empleado por alguien que declaraba en nombre de estudiantes era inclusivo. Es posible que esta forma de proclamar no haya sido un modo de comunicación, sino el rótulo de un desafío y una provocación a los desprevenidos: "Estamos rompiendo el pacto social".