Han pasado cuatro años desde que los 193 países miembros de las Naciones Unidas aprobaron la agenda del programa denominado Objetivos de Desarrollo Sostenible, destinado a erradicar la pobreza extrema y el hambre para 2030 mediante un consenso internacional para asistir a los pueblos más necesitados de la Tierra. En 2015 imperaba un clima de optimismo por los logros alcanzados en la etapa anterior de los Objetivos del Milenio apuntando a un mundo más justo, pacífico y habitable.


Pero la euforia de aquel momento se enfrenta ahora con la cruda realidad de las estadísticas de la propia organización: la crisis climática y la desigualdad amenazan con destruir décadas de progreso en la campaña contra la pobreza extrema y el hambre. Lo revela el documento presentado esta semana en Nueva York, en el foro anual de alto nivel convocado por la ONU para evaluar los avances o los impedimentos para alcanzar las metas adecuadas.


La realidad es que al ritmo actual no se conseguirá eliminar la pobreza extrema para 2030, de manera que en esa fecha todavía el 6% de la población mundial vivirá con menos de 1,90 dólares diarios y tampoco se erradicará el hambre porque actualmente más millones de personas sufren inseguridad alimentaria que en 2015. La solución de ambos problemas es lenta o va en dirección contraria a la estrategia establecida, y no son los únicos objetivos trazados. En general es una política que se ha ralentizado o revertido en su implementación, cuando la ONU confiaba en su aceleración.


En el seguimiento del programa se considera una tragedia para la comunidad internacional el hecho de que en estos cuatro años el hambre pasó de 784 millones de personas a las 821 millones registradas, y este aumento se debe, entre otras cosas, a los problemas relacionados con el cambio climático, principalmente en África por las persistentes sequías. Además, la escasez de agua provocará el desplazamiento forzado de más de 700 millones de personas en la próxima década.


Lograr un desarrollo verde no es una opción sino una obligación de los Estados para actuar rápidamente contra los devastadores efectos del cambio climático y conseguir un desarrollo sostenible. No hacerlo aumentará inexorablemente las consecuencias incluyendo los embates en las naciones desarrolladas y, en particular, los países que se niegan a reconocer esta apremiante realidad. Ninguna región está a salvo del efecto invernadero del planeta y vale recordar que América latina y África subsahariana registran los mayores descensos en la pérdida de bosques nativos.