La estrategia del presidente de Brasil de hablar menos de salud y más de economía, que le valió duras críticas internacionales por las cifras de víctimas del coronavirus, le ha dado un rédito impensado de popularidad al punto de lograr en estos días la mayor aceptación de la ciudadanía desde que asumió en enero del año pasado. La fórmula de asistir a los sectores más perjudicados por la pandemia por haber perdido sus medios de vida, le brinda al Gobierno de Jair Bolsonaro una contraprestación sin caer en el populismo que el mandatario rechaza de plano.
Los analistas sorprendidos por esta inesperada popularidad del 44% no observan únicamente la ayuda de la "Bolsa familia" para los más pobres o la asistencia financiera de emergencia a los sectores productivos, sino también al cambio de tono de Bolsonaro en sus exposiciones públicas reemplazando las bravatas diarias por un mensaje conciliador, lejos de las amenazas a jueces, legisladores y adversarios políticos. Hasta el negacionismo de la crisis sanitaria ha desaparecido de sus declaraciones a la prensa.
El giro del presidente de derecha fue desde las clases altas y medias que lo erigieron al poder en busca de un cambio que alejara al país de la izquierda demagógica, está conquistando simpatías hasta en el bastión electoral del Partido de los Trabajadores de Lula Da Silva. Los interrogantes surgen frente al pragmatismo de Bolsonaro para alcanzar estos niveles de popularidad y cuál será la reacción de las clases medias y altas donde capitalizó su elección.
La pandemia postergó muchas expectativas políticas en diferentes países, la mayoría con postergaciones debido a la emergencia, pero en Brasil los cambios parecen ser estructurales, como desmantelar el equipo que iba a ejecutar las reformas y privatizaciones esperadas por el mercado financiero. También se relajaron los planes de austeridad ordenados al equipo económico, siempre por las consecuencias del Covid-19, generando un considerable gasto público.
En este contexto sociopolítico tanto el ala militar del Gobierno como los aliados más fervientes de la derecha brasileña guardan un llamativo silencio, propio de un desconcierto que surge de la personalidad de un presidente temperamental, que si bien está lejos del aplauso generalizado, parece haber encontrado un consenso en base a una razonabilidad que le era ajena.