Los seres humanos estamos sujetos a incontables y dispares influencias. En la primera formación y desarrollo se fijan valores y principios que luego regirán conductas y elecciones. No obstante, durante toda la existencia, personas y hechos continuarán influyendo en distinto grado. Y no necesariamente debe tratarse de presencias, la memoria se encarga de actualizar todo. Resulta usual que seres ausentes o hechos pasados sigan ejerciendo decisivo influjo en cada cual. Lo que el entorno hogareño y la educación formal aportan, termina operando a manera de filtros que a posteriori contribuyen a que podamos interpretar el mundo y tomar decisiones. Estas herramientas conceptuales, si bien claves, tienden a encerrarnos en una subjetividad, la que se autorregula en su disputa con la observación racional. Henry Ward Beecher, clérigo y abolicionista, observaba que "usted y yo no vemos las cosas como son. Vemos las cosas como somos". Toda una impugnación a la postura de que somos observadores pasivos. En el mismo sentido, un pionero del periodismo científico, Walter Lippmann, se permitía afirmar que "una misma historia nunca es igual para todos sus oyentes". Es decir, un mismo hecho nunca será asimilado e interpretado de manera homogénea por quienes tengan noticia de él. En cada ocasión interpretativa vuelven a terciar la personalidad, la formación, las influencias, las circunstancias, intereses cruzados, etc. Resulta oportuno puntualizar todo esto debido a que incansablemente reaparecen los partidarios de la monocausalidad, máscara de una vocación censuradora. Ante cualquier hecho problemático o reprochable, se hacen presentes para señalar una sola y exclusiva causa para determinada conducta social. Generalmente, los culpables elegidos han sido los medios de comunicación. Hasta existen libros escritos por supuestos entendidos, que atribuyen a un solo artículo periodístico el último golpe militar de Argentina, por ejemplo. O la relajación de ciertas costumbres a un único programa de televisión. Cada persona representa un nodo de ingentes factores interactuantes, ninguno determinante como si nada más existiese.


Las suspicacias han tornado ahora sobre las redes sociales. En el mundo están proliferando iniciativas para regularlas o prohibirlas. En Estados Unidos, un grupo bipartidista de senadores ha presentado un proyecto de ley para prohibirlas a menores de 13 años, menores de 18 sólo accederían con autorización. El presidente de Brasil, Lula da Silva, propuso en la última reunión del G-20 un acuerdo internacional para regular el contenido de tales redes. Casos similares son llamativamente numerosos, inclusive en nuestro país. Si en realidad se aspira a proteger a las personas, continuas campañas de información sobre prevenciones en el universo virtual, contribuirán a contrarrestar consecuencias nocivas. Pero si se aspira a amordazar y controlar la expresión, la experiencia indica que estos intentos sólo multiplican la atención hacia lo que se pretende obturar.