La existencia humana es un constante contender, con otras personas, con circunstancias y hasta consigo misma. La forma en que se va resolviendo tal interacción sin pausa está definida por la personalidad de cada cual, como también por dispares factores predecibles y fortuitos, controlables y ajenos. Pero dos influencias resultan determinantes, una es el lugar donde se reside, la otra es el momento histórico en que se vive. Cada época y cada región del mundo tiene sus códigos, sus valores predominantes, sus prioridades y necesidades, que en buena parte se imponen a los propósitos de cada persona. Pero hay etapas en la historia en que las fronteras geográficas y culturales parecen desdibujarse, cuando la humanidad entera debe confrontar con desafíos imprevistos e importantes. La pandemia fue un caso típico, que ha tenido determinantes biológicos. Pero existen otras situaciones cuyas cadenas causales están en su totalidad determinadas por la voluntad humana. Este año el mundo se vio transgredido en sus más hondas presuposiciones por la guerra emprendida por Rusia contra Ucrania. Pero lo que ha resultado igualmente inquietante es que a partir de entonces comenzaron a soplar, en simultáneo, vientos bélicos en diferentes puntos del planeta, con amenazas nucleares incluidas. La dialéctica de irracionalidades posee tales características, la de ir extendiéndose sin confines y la de no saber detenerse. Acciones y reacciones que buscan aprobaciones minúsculas, mientras nadie se detiene a evaluar los rumbos que se van perfilando. Y esto no solamente a nivel de una nación, sino asimismo observable a nivel de grupos y en el plano individual.

La Navidad es una celebración de profundo sentido religioso para los cristianos. No obstante presenta diferentes aristas, algunas no vinculadas con lo trascendente, aunque esto tal vez sólo sea en apariencia. Porque la sola celebración ya se concreta en una confluencia familiar, lo que en esta época no suele promover. O los saludos entre quienes se aprecian, que logran hacer emerger una estructura de relaciones humanas generalmente sumergida bajo la línea de flotación de las urgencias cotidianas. Pero uno de los aspectos más relevantes de la Navidad es su carácter de tregua. Es cuando quedan suspendidas contiendas y agitaciones, abriéndose un espacio singular y atípico, tanto en el plano de relaciones como en el introspectivo. Y no solamente ese armisticio es constructivo, sino que lo es de igual modo la perspectiva dada por el entorno de espiritualidad que se llega a generalizar en Navidad. Sólo en momentos de tregua se pueden reconsiderar y redefinir situaciones, sólo cambiando el punto de vista se logra dimensionar adecuadamente algo, inclusive la propia autoimagen. La tregua que representa la Navidad es la oportunidad para ir desarticulando la lógica de la irracionalidad. Es una faena en la que necesariamente deben confluir inteligencia y espíritu. "Fides et ratio" (Fe y Razón), como lo expresa la Encíclica de Juan Pablo II.