La capacidad de Estados Unidos para recuperarse de los tropiezos tecnológicos y ubicarse al frente de las fronteras de la ciencia, ha quedado demostrada en estos días al abrir una nueva era especial por medio del lanzamiento de una nave desarrollada y construida por una empresa privada, la Crew Dragon, tripulada por dos astronautas de la NASA para convivir en la Estación Espacial Internacional, en órbita a 422 kilómetros de la Tierra. Este hecho sin precedentes se da en momentos de este país convulsionado por las violentas protestas raciales, con saqueos y desmanes que obligaron a declarar el estado de sitio, mientras la pandemia de coronavirus deja más de 100.000 muertos.

Los astronautas Douglas Hurley y Robert Behnken, vistiendo trajes muy livianos, respecto a los anteriores, despegaron a bordo de una nave que no es propiedad de ningún Estado sino de SpaceX, la compañía creada por el multimillonario estadounidense de origen sudafricano Elon Musk. Esta firma comenzó en 2002 a trabajar en el sector de la exploración espacial privada, logrando enviar naves al espacio a costos inferiores a los de la NASA, con el objetivo de iniciar en los próximos años vuelos turísticos al cosmos. Pero lo trascendente de este último acontecimiento es que le devolvió a EEUU la primacía espacial después de 9 años de estancamiento y sin objetivos precisos frente a la competencia de Rusia y China, que siguen adelante con sus planes de exploración del cosmos. La era de los transbordadores estadounidenses se cerró con el aterrizaje del Atlantis, el 11 de julio de 2011, un programa costoso que intentó crear una especie de "avión espacial” sin cumplir con sus expectativas y con dos tragedias, las del Challenger, en 1986 y del Columbia, en 2003. Sin tener nada que reemplace a los onerosos transbordadores, la NASA debió usar las naves rusas Soyuz lanzadas desde el cosmódromo de Baikonur, en Kazajistán, para que sus tripulaciones lleguen a la Estación Espacial, previo pago de 86 millones de dólares por cabeza, sin duda el boleto de transporte más caro del mundo. Ante este panorama, apareció Musk con su billetera de 41.000 millones de dólares, según Bloomberg. De todas maneras Washington evitará dependencia alternando los sistemas de SpaceX con los cohetes rusos, mientras espera los proyectos espaciales de Boeing, una empresa al borde de la quiebra por dos golpes durísimos: el desastre de su avión de pasajeros 737-Max y la crisis del transporte aerocomercial como consecuencia del Covid-19. Lo importante en este hito espacial es la intervención de la iniciativa privada que puede volverse muy competitiva para otros competidores aeroespaciales ya que la firma de Musk ha probado no sólo la factibilidad sino realizarla con menores costos, sin la burocracia estatal, además de la probabilidad de ofrecer sus servicios a terceros.