Hay héroes inigualables que se ganaron un lugar en la historia universal para admiración de las generaciones que les sucedieron porque la vida y obra significan un antes y un después imposibles de reeditar con el paso del tiempo. José de San Martín fue una de esas figuras extraordinarias, ejemplo de patriota por su proyecto de soberanía y unión sudamericana. Este día que se cumplen 170 años del paso a la inmortalidad del Padre de la Patria no debe ser un feriado más en memoria de nuestro prócer máximo sino también un momento de reflexión sobre el legado que dejó.


La herencia de patriotismo y liderazgo como objetivos claros y precisos ha constituido un desafío para la clase dirigente y más para los políticos que debieron reflejarse en el espejo de la emancipación desde el ideario de la Revolución de Mayo en busca de una nación soberana. San Martín fue un extraordinario militar, a la altura de Napoleón, y la estratégica campaña libertadora sudamericana es un modelo que se estudia aún en las escuelas de guerra tanto por la visión geopolítica como en la capacidad de movilización de un ejército para enfrentar obstáculos naturales como jamás se había realizado.


Pero también el Gran Capitán tuvo una visión política inigualable como impulsor de nuestra Independencia, que instó al Congreso de Tucumán a declararla porque quería avanzar contra el enemigo español con un ejército representativo de un pueblo libre y no de súbditos insurrectos, según le comunicara a Tomás Godoy Cruz al referirse a la necesidad de "pensar a lo grande", el objetivo sublime de la Guerra de la Independencia. Tan grande como llevar la independencia a Chile y Perú, soñando con una nación sudamericana.


San Martín fue un ejemplo de austeridad y de persona de bien, tan severo como magnánimo y nunca fue un demagogo, reclamaba sacrificios a sus subordinados guiándolos sin sometimientos, siempre al frente del combate. Jamás pretendió un reconocimiento de sus contemporáneos y respetaba a sus adversarios políticos elogiándolos como a Rivadavia en su gestión, aunque estuvieran lejos de su posición en la organización nacional.


La figura del Libertador nos muestra claramente las diferencias entre un líder estadista y el político que se trepa en la democracia para usufructuar el poder, imponer doctrinas fracasadas, o ideologías ajenas al sentir de la libertad republicana que supimos conseguir. Hoy más que nunca, necesitamos comprometernos con el mensaje del Padre de la Patria al argentino actual.