Han transcurrido 202 años de la Declaración de la Independencia nacional y hay coincidencias académicas que señalan al 9 de julio de 1816 como el punto de partida de nuestra identidad nacional. El Congreso de Tucumán dio lugar a un proceso ideado por los Hombres de Mayo, formalizando así ante el mundo una nación libre y soberana. Los representantes afirmaron de manera unánime la voluntad de las Provincias Unidas de romper definitivamente los vínculos con España y con toda nación extranjera, además de establecer un sistema político y económico propio al igual que las relaciones internacionales. La Declaración de la Independencia puso fin a la ambigüedad de pensamiento de la Primera Junta respecto a la forma de establecer un nuevo orden político e institucional. En Tucumán se puso fin a las controversias de los patriotas de 1810.

 

Es que la Declaración de la Independencia dio lugar al reconocimiento externo de las Provincias Unidas y consecuentemente permitió dar comienzo a la Epopeya Sanmartiniana, movilizando al Ejército Libertador fuera de nuestras fronteras.

El 9 de Julio es un punto de partida, tal vez sea el más importante de nuestra historia republicana, y reverla también un desencuentro social y cultural que viene frenando el desarrollo argentino, cada vez más. Poco han variado las posiciones antagónicas de llevaron a la Casa de Tucumán el espíritu independentista.
Por un lado, el grupo porteño sostenedor de la doctrina liberal y cuyo principal objetivo político y económico era la hegemonía de Buenos Aires y por otro, el grupo rural criollo representante de los intereses del interior en aquella época.

La idiosincrasia de unos y otros impidió el auténtico federalismo republicano y agranda la brecha sustentada en los intereses de unos en detrimento de los demás. Se habla de una nación rica, y sin duda es así, pero la hemos despilfarrado. Recordemos que a principios del siglo XX el producto bruto interno per cápita argentino era igual al suizo, la mitad del canadiense y el doble del italiano. Entonces nos consideraban la sexta economía del mundo, pero hoy nos codeamos en el subdesarrollo de los emergentes y atravesamos uno de los peores momentos en la historia de la nación, en medio de una crisis económica financiera que se está trasladando a los distintos sectores sociales.

Por ello los argentinos nos debemos tiempos de profunda reflexión, diálogos y encuentros despojados de la irracionalidad política y corporativa que nos impide avanzar como nación.

Necesitamos crecer sobre la base del reencuentro, el diálogo y la conciliación, más allá de la diversidad ideológica y sectorial, que es enriquecedora si se la despoja de los fundamentalismos. La dirigencia debe dar muestras de gestos de grandeza para pagar la gran deuda que tenemos con la Patria.