El asesinato del presidente de Haití, Jovenel Moise, ha mostrado otro capítulo de la violencia política en una historia de sucesivas crisis en el país más pobre del continente afectado por sucesivas intromisiones extranjeras desde que se independizó de Francia en 1804. Fue la primera colonia de América latina y del Caribe en emanciparse, pero nunca pudo alcanzar un desarrollo y menos estabilizarse para salir de una miseria estructural.


Se sumaron catástrofes naturales como el devastador terremoto de 2010 que dejó 300.000 muertos y 1,5 millones de habitantes en ruinas, que todavía enmarcan con escombros las zonas urbanas, mientras los sobrevivientes subsisten en carpas de campaña. Se sumó un brote de cólera causando más de 10.000 decesos a la historia de intentos de la recuperación económica y certidumbre política sumando nuevos retrocesos.


Pero el mayor fracaso ha sido de las Naciones Unidas desde que instrumentó un programa de ayuda y normalización del país con proyectos financiados por la comunidad internacional, que en realidad fueron simbólicos, para sostener la fuerza de paz y asistencia humanitaria de los "cascos azules", muchos argentinos, hasta la salida en 2017 tras 13 años de no avanzar en su propósito. La ONU aseguró entonces que Haití estaba preparado para hacerse cargo de su propia situación, como una forma de cubrir la inoperancia de la Minustah, el último programa de intervención multilateral.


La primera república negra del mundo sufrió desde sus comienzos un boicot internacional por parte de las naciones desarrolladas porque la consideraban una amenaza a sus sistemas esclavistas, y menos pudo sostenerse con la gigantesca indemnización exigida por Francia para reconocer su independencia -estimada en más de 20.000 millones de dólares actuales-, y que tardó más de un siglo en pagar.


Sin embargo la sucesión de anarquías, feroces dictaduras, golpes de Estado y magnicidios impidieron toda intención de estabilidad política durante mucho tiempo y menos encaminar la economía y atender crisis sociales que se remontan a era de la esclavitud. Los intentos de asistencia internacional deben replantearse ahora, a la luz del asesinado de Moise, para intervenir una vez más pero con efectiva solidaridad humanitaria frente a una historia de adversidades. Y que no se repita el golpe militar que derrocó al primer presidente democrático, Jean-Bertrand Aristide, en 1990 frustrándose otra esperanza.