El abrazo por la paz entre los presidentes saliente y entrante, Mauricio Macri y Alberto Fernández es una postal que ha dado la vuelta al mundo y ha sorprendido hasta los analistas políticos que buscan desentrañar los misterios de la "grieta" que divide a los argentinos. El encuentro entre los mandatarios, acompañados por miembros de sus equipos de gobierno, al que se sumaron los representantes de otros cultos, ha sido un ejemplo democrático como nunca se registró en vísperas de un traspaso de poder.


Pero también fue un reencuentro fraterno que puso fin a una hostilidad sectorial creciente de una militancia que le cuesta creer en el diálogo y el consenso para alcanzar el bien común, una tarea titánica pero que se debe iniciar para cerrar la brecha ideológica que nos divide e impide alcanzar soluciones.


Como señaló el domingo monseñor Juan Eduardo Scheining, arzobispo de Mercedes-Luján a cargo de la homilía, no se debe ser ingenuo creyendo que una misa sea la solución a los problemas, pero seguramente este gesto realizados por todos juntos hable por sí mismo, con el deseo de que estos días históricos y con la ayuda de Dios, se convierta en una puerta para ingresar en una nueva etapa con anhelos de unidad y de paz.


Precisamente uno de los objetivos del histórico encuentro en la Basílica de Luján fue recordar que ninguna persona o grupo en soledad o aislado es la Patria, porque la Patria somos todos. "La comunión entre nosotros no es una cuestión estratégica, hace a la esencia de lo que somos en el origen y a lo que podemos ser en el destino común", tal como reflexionó Scheining con acierto porque la unidad es un don y es también una tarea, un compromiso de todos aunque muy frágil por lo que se rompe con facilidad.


La reflexión religiosa que siguieron Fernández y Macri con suma atención junto con la multitudinaria concurrencia, tocó las fibras más íntimas cuando se señaló que la unidad que anhelamos es una lucha que comienza en el corazón de cada uno. Y desde allí debemos ser capaces de vencer egoísmos profundos, vanidades, narcisismos, maldades y hasta la propia mentira que nos fabricamos para vender una posición falsa.


La imagen de los mandatarios, saliente y entrante, abrazándose al darse la paz, fue por demás significativa porque confirma una madurez política sustentada en la tolerancia y el respeto. Es la unidad necesaria para construir el país deseado por todos y es de esperar que las posiciones radicalizadas dejen de lado la intolerancia ideológica para que este abrazo también los cobije.